martes, 18 de octubre de 2011

La Historia de España

INTROIBO

Hércules trata de voltear a Diomedes
que lo impide agarrado a sus partes.
Eterna lucha entre el poder y el Hombre.

Mi imperdonable atrevimiento al publicar estas páginas sobre la Historia de España, sin ser escritor ni historiador, sino la "reencarnación" de dos guerreros en activo, responde a una imperiosa necesidad personal que me atormenta desde hace tiempo. Necesitaba conocer mejor y, también, dar a conocer a nuestros pacientes visitantes cual fue el pasado lejano de este hermoso país, para, así, tratar de explicarme y explicar mejor la razón o sin razón de los muchos despropósitos que, incomprensiblemente, acontecen en el presente, como si sus responsables o instigadores quisieran permanecieran cautivos de un pasado que les ciega frente a la realidad actual de nuestra nación. Individuos u organizaciones que continuan dificultando el más que seguro progreso de los pueblos que saben reforzar su unidad histórica, especialmente en el actual momento de progresiva globalización de todas las variables económicas, sociales y políticas. El siglo XXI traerá, como los anteriores, el triunfo solo de aquellos pueblos y organizaciones que sumen esfuerzos, voluntades y poder, pues es ley inamovible que en la suma, y no, en la esteril lucha por restar, reside, como siempre, la base del éxito de las naciones o de las uniones o federaciones de las mismas.

Conocer mejor nuestra historia es, también, un modo de potenciar un sentir nacionalista más amplio que el que defienden los reduccionistas que, sistemáticamente, pretenden desbaratar o negar el resultado de tanto esfuerzo y sacrificio histórico, tratando de devolvernos a un pasado con líneas fronterizas interiores, físicas e intelectuales, que la inmensa mayoría del pueblo español rechaza. Pues nadie en su sano juicio puede desear que le arrebaten, sin consultarle, un pedazo del territorio que siempre ha sentido tan suyo como el terruño que le vio nacer.

Esta breve, brevísima, versión de historia, realizada como preámbulo de la también breve historia de Carlos V, va dirigida a todos aquellos de nuestros visitantes que quieran iniciarse en el apasionante mundo de conocer, con algo más de detalle, las principales etapas y hechos de nuestro pasado hasta que comenzó el reinado de Felipe II  "Príncipe del Renacimiento", "El Rey Prudente", cuyo cuarto centenario se celebró, en 1998, con todo lujo de despliegue informativo y cultural. Despertar la curiosidad y el anhelo por seguir profundizando en el conocimiento de la Historia de España, es nuestro único objetivo.

Buscar las raíces de nuestro presente político, cultural y social en el remoto pasado, en la historia de este pueblo, hasta Felipe II, ha supuesto realizar un gratísimo ejercicio de síntesis de varios textos electrónicos y de algunos libros de autores conocidos. Este ha sido un placer del que ya había disfrutado durante la realización de la resumida Historia de Inglaterra, que se encuentra en otro lugar de esta WEB, y que resultó especialmente interesante durante el tiempo que tardamos en ilustrarla con las fotografías, mapas y gráficos recogidos a lo largo y ancho de la red de redes y en nuestro gran fondo de armario.

La historia de España es una gran desconocida para multitud de españoles y, por supuesto, lo era para mí y, en gran medida, lo sigue siendo. Por esta causa, muchos nos hemos visto obligados a soportar, silenciosos, las sesgadas versiones que, machaconamente, nos trasladan los políticos disidentes de los "reinos interiores", o los sempiternos detractores de una España que, con toda seguridad, conocen muy superficialmente en su conjunto. Según profundizamos o avanzamos en el conocimiento de nuestra historia, vamos tomando conciencia de una más de nuestras múltiples carencias, "solo sé que no se nada", y de como nos hemos conformado con las versiones, más o menos acertadas, que nos trasladaron: los libros de texto y una multitud de folletería turística o de subjetiva promoción regional.

Por otro lado, hay pocos españoles orgullosos de la historia de su nación o de sus más o conocidos protagonistas. La leyenda negra hizo estragos en su día y sigue haciendolos entre las generaciones del siglo XX. Esa leyenda negra nos ha infundido, curiosamente, una especie mala conciencia histórica ante las gestas de nuestros antepasados, tanto de las realizadas en Europa, como de las llevadas a cabo en América. Afortunadamente, se ha impulsado, con la celebración de distintas conmemoraciones de aniversarios de personajes y hechos históricos, un nuevo y acertado proceso, internacional e interno, de divulgación y rehabilitación de nuestra historia, como un hecho cultural de inimaginable alcance que, probablemente, conseguirá devolver a nuestra generación y, también, a las que nos sucedan el orgullo de ser españoles en una Europa unida, en cuya historia y progreso tanto hemos contribuido durante siglos. Hacer todo tipo de esfuerzos para despertar, de nuevo, amor y crítica por la contemplación de nuestro pasado histórico y cultural es algo que nos concierne a todos.


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Los Reyes Católicos, Carlos I/V y Felipe II, son los personajes históricos más conocidos porque responden a un perfil casi de leyenda y porque fueron los protagonistas del periodo de mayor esplendor de todas las monarquías hispanas. Con ellos se inició la Edad Moderna y el Renacimiento en España y en Europa, y con ellos se creó un imperio que fue veinte veces más extenso que el Imperio Romano, tras la anexión de Portugal a finales de siglo XVI. Pero su historia y la de los reyes y hechos que les precedieron apenas tienen espacio en nuestro recuerdo y, sin duda, fue el largo proceso de integración y de avance de los reinos cristianos el permitió que España haya sido la nación más poderosa del mundo del milenio que ha concluido y, sin duda, durante el siglo XVI.



Fue aquel periodo, de poco más de un siglo de agitación permanente, dentro y fuera de nuestras nuevas y jóvenes fronteras, el que configuró el presente de varias naciones europeas, americanas y asiáticas. Un periodo, durante el que nosotros estuvimos a salvo de nuevas invasiones extranjeras, de las que nuestras tierras ya habían disfrutado o padecido suficientes, desde que el primer homínido, más o menos erguido, procedente de Africa, puso el pie en la Península.

Se puede negar, taxativamente, que durante la gloriosa época imperial el pueblo español se viera especialmente favorecido. De todo aquel esfuerzo guerrero y conquistador que recayó en gran medida sobre los hombros del pueblo llano, esencialmente sobre el pechero castellano, apenas se obtuvo beneficio. No padecieron escasez, de igual manera, la nobleza, la Iglesia, y todo ese grande y nuevo estrato social compuesto de funcionarios y tecnócratas que invade la vida pública a partir del siglo XV. Muchos fueron los que se enriquecieron y repartieron cargos, prebendas y grande parte de las crecientes riquezas que recibió España procedentes de las Indias Occidentales y que  evitaron su bancarrota total, aunque, en gran mediada, se malgastaran innumerables recursos en las innumerables guerras con los Países Bajos y con otras naciones y credos hacia los que fluyeron millones de ducados en los bolsillos de nuestros tercios. Tampoco cayeron en muchas manos las tierras arrebatadas al musulmán durante un largo proceso de casi ocho siglos. Si el pueblo llano no alcanzó a disfrutar de los beneficios de las épocas de gloria, cual no sería su situación en las épocas de decadencia posterior. No es, por tanto, aventurado, ni demagógico, afirmar que la gran mayoría, del siempre sufrido pueblo español, comienza a disfrutar de cierto grado de bienestar bien entrada la segunda mitad del siglo XX, cuando ya solo somos el eco de aquel pasado glorioso, pero injusto.

Esa situación, de permanente necesidad, fue la que nunca permitió que nuestro pueblo pudiera ser tildado de chauvinista, pues nunca pudo sentir una gran admiración por su historia, una historia tan agitada, sorprendente y desproporcionada como la que más, pero que nunca le permitió vivir desahogadamente, como consiguieron vivir otros pueblos de la Europa de entonces, incluso bajo la bota hispana . De todo aquello hubo responsables que la historia ha juzgado, a veces sin excesivo rigor, pues unos cometieron graves errores que no han sido denunciados y otros tuvieron grandes aciertos que no han sido reconocidos.

Ahora, con la perspectiva que ofrece el conocimiento del pasado, sería fácil concluir que bastante menos fanatismo religioso y algo más de habilidad diplomática con los seguidores de Lutero, Calvino o Mahoma, hubiera sido la mejor receta para consolidar un imperio y extraer de él los beneficios que otras naciones supieron extraer de los suyos. Pero no fue, acaso, aquel exacerbado sentimiento religioso, aquella ideología radical, el cristianismo pre y post tridentino, lo que hizo posible tanta gesta heroica y suicida.


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PREHISTORIA

Cada día se afirma con mayor rotundidad que la cuna de la humanidad estuvo situada en Africa ecuatorial hace unos cinco millones de años. Allá por el Lago Tana, nacimiento del Nilo Azul, en los macizos montañosos etíopes, tuvo lugar, al parecer, el comienzo de la divergencia entre los primates y el ser humano. La teoría del paraíso único o de Adán y Eva parece que sigue avanzando, dando razón a las tradiciones reflejadas en la Biblia y en otras mitologías y libros sagrados.


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El hombre primitivo se fue dispersando, durante cientos de miles de años, en todas direcciones: Hacia el norte africano, por el valle del Nilo; hacia Asia, por el sur y el norte del Mar Rojo y por las costas de Arabia; hacia el Oeste africano, desde los lagos Alberto, Victoria, cuna del Nilo Blanco. (El Nilo Blanco se une al Nilo Azul en Jartúm.- Ver "Egipto, un don del Nilo")-, por los numerosos afluentes de los ríos del Zaire y por el río Congo; hacia el sur, por la costa oriental y por los lagos ecuatoriales, Tanganica y Niassa. Si contemplamos el mapa físico de Africa ecuatorial y meridional (el Cabo de Buena Esperanza está en el paralelo 35) podremos comprender que la orografía era propicia para el desarrollo de la vida en condiciones ideales. Además, en aquellas lejanas edades, llovía generosamente y la vegetación era mucho más exuberante que la actual. Así como, hacia el norte de Africa, los territorios eran más fértiles y los desiertos inexistentes.
Por otro lado, debemos recordar que la última glaciación mantuvo cubierta de hielo media Europa, posiblemente hasta el paralelo 50. Las glaciaciones del Pleistoceno comenzaron hace dos millones de años y coincidieron con los cambios climáticos que, producidos por la oscilación del eje de rotación de la Tierra, se habían iniciado hace dieciséis millones de años. Cambios climáticos que se repetirán, cíclicamente, durante la vida del planeta. Esto provocaba cambios en la vegetación y el flujo y reflujo, norte sur, de diferentes especies animales, entre las que estaba incluida la de nuestros antepasados más viajeros, más o menos erguidos y de mayor o menor tamaño.

Entre los restos arqueológicos, encontrados durante la construcción de Londres, había fósiles de elefantes, bisontes, leones, caballos, hipopótamos, mamuts y renos, animales que, normalmente, se asocian con Africa y el Polo Norte. La configuración geográfica que conocemos de Europa no tiene una antigüedad muy superior a los 10.000 años (finales del Paleolítico Superior), y así como Inglaterra se mantuvo, durante millones de años, unida al Continente, España lo estuvo al norte de Africa. Tanto el Canal de la Mancha, como el estrecho de Gibraltar, son accidentes geográficos relativamente recientes.

Todo ese milenario movimiento humano cristalizó en tres culturas principales localizadas en una de las zonas del planeta más relacionada con nuestra historia: La Semita, Africa y Asia Menor, que protagoniza los movimientos culturales hasta el año 2.000 a. C. La Indoeuropea Occidental, cuya influencia comienza a partir del año 3.000 a.C., originando los pueblos Griegos, Itálicos, Celtas, Venetos e Ilirios, Baltos, Eslavos y Germanos. Y la Indoeuropea Oriental, la de los indoeuropeos que abandonan el sudeste de Europa y se dirigen hacia el este a través del Cáucaso, entre ellos destacan los Hititas, Iranios, Frigios, Mitannios, Escitas, Medos, Persas, Tracios Dacios, Armenios, Lidios e Indos.

LOS IBEROS

Los recientes hallazgos arqueológicos de Atapuerca han confirmado que seres de aspecto humano, Homo Hábilis, inteligentes, sociables y que utilizaban utensilios, se instalaron en la península 800.000 años a.C. (Paleolítico inferior).

Los iberos fueron resultado de la evolución de aquellas primitivas culturas prehistóricas de procedencia libio - africana. Y por Iberos fueron reconocidos por los historiadores de la Grecia clásica los antiguos pobladores de la Península, mezcla de individuos de distintas procedencias y culturas.

Los Celtas

Este pueblo de origen indoeuropeo, procedente de Centroeuropa, estaba constituido por tribus pastoriles y guerreras de cultura avanzada que, en su expansión hacia el oeste, penetran en la península por ambos extremos de los Pirineos a principios del primer milenio a.C. Ocupan Cataluña y el valle del Ebro y, por el norte, se asientan en Cantabria, Asturias y Galicia, para descender después por la costa atlántica portuguesa. En la meseta, en Levante y en Andalucía se mezclan con los Iberos, dando lugar al pueblo Celtíbero; pero en Galicia y Portugal mantienen sus asentamientos independientes de los del pueblo ibero.

Las primeras noticias escritas sobre los pueblos que habitaban la península proceden de los griegos del siglo VI a.C. que nos citan a los iberos, celtas y tartesios. Estos últimos tuvieron como capital a Tartesos, un lugar no identificado con claridad entre la desembocadura del río Guadalquivir y Huelva.

Los fenicios

Los fenicios aparecen en nuestras costas comerciando con los nativos a partir del 1.200 a.C. y fundan Gadir, cerca de Cádiz, en el año 1.100 a.C. Los fenicios fueron denominados por los griegos (Homero) phoinikes . Phoinix significa rojo púrpura. Una de las habilidades fenicias eran los tintes de los tejidos en ese característico color. También se les llamó sidonios, procedentes de Sidón, ciudad situada entre Tiro y Beirut en la costa de la franja sirio-palestina, la zona del Líbano actual, al norte de Israel.

Los testimonios arqueológicos más antiguos que ofrece la zona fenicia proceden de la ciudad de Biblos, al norte de Beirut. Aquí se encontraron restos de un importante emplazamiento neolítico del siglo V a.C. definido como el más importante de aquella época en el área mediterránea. Los primeros habitantes, además de dedicarse a la agricultura, el pastoreo y la pesca, inician una abundante producción de tejidos e hilados que serán característicos de Fenicia en toda su historia. Una historia que no empieza a escribirse, como tal, hasta el siglo XII a.C. Es conocida, indirectamente, gracias a los historiadores griegos Herodoto, Diodoro Sículo, Arriano y en época posterior gracias al, también, griego Flavio Josefo (siglo I d.C.) que hace referencia a "Los Anales de Tiro" como principal legado de la historiografía fenicia escrito en esa lengua, obra que se perdió en la noche de los tiempos.

En la Península Ibérica, Gadir, llegó a ser un importante centro de comercio y de la ruta del estaño procedente de las minas del área nor-occidental del país. Sabemos que, en busca de estaño y de otros metales, las naves fenicias rebasaron las columnas de Hércules y que, navegando por la costa atlántica, llegaron hasta Britannia y Cornualles Los fenicios se llevaban la plata a cambio de otras mercancías que los nativos apreciaban. Diodoro Sículo relataba "...el país posee las más numerosas y las más hermosas minas de plata... los indígenas ignoran su uso. Pero los fenicios, que son tan expertos en el comercio, compraban esa plata con el trueque por otras mercancías. Por consiguiente llevando la plata a Grecia, a Asia y a todos los restantes pueblos, los fenicios obtenían grandes ganancias. Así, ejerciendo dicho comercio durante tanto tiempo, se enriquecieron y fundaron numerosas colonias: algunas en Sicilia y las islas cercanas, otras en Libia, en Cerdeña y en Iberia " (...y nosotros siempre tan desprendidos). Pero no solo obtenían plata de Iberia sino, además, cobre, estaño y oro. Este preciado metal era, también, obtenido en el interior de Africa, desde donde era transportado hasta las colonias costeras y sobre todo a Cartago.

Los griegos

Aprovechando la decadencia fenicia y la expansión griega por el Mediterráneo. Los griegos comenzaron a comerciar con Tartesos en el siglo VII a.C. y fundaron colonias en las costas de Iberia: Ampurias, Rosas, Mainaké y otras. Los enfrentamientos entre griegos y fenicios, por el dominio del Mediterráneo, se mantuvieron hasta la expansión romano cartaginesa.

Los cartagineses

Cartago ocupó una zona de la actual Túnez. Fue fundada por Elisa, hermana del rey fenicio Pigmalión (814 a.C.) que tuvo que huir de Fenicia al ser asesinado su tío y protector Acherbas, sacerdote de la diosa Astarté (Juno), por orden de Pigmalión. Tras pasar por Chipre, donde se unen a los fugitivos el sumo sacerdote de Astarté y ochenta muchachas destinadas a la prostitución sagrada, llegan al lugar que más tarde será Cartago, que significa ciudad nueva "cart-hadsht". Para asegurar a los suyos un espacio adecuado, Elisa, cuenta la leyenda, recurrió a la astucia con los nativos: les compró un espacio equivalente al que se pudiera cubrir con una piel de buey. Cortó la piel en finísimas tiras y, uniéndolas por sus extremos, rodeó la colina sobre la que se edificó la ciudad de Byrsa (piel de buey). Poco tiempo después los pueblos de los alrededores rindieron homenaje a Cartago.

La ciudad se desarrolló floreciente y pronto comenzó a extender sus dominios. En el año 654 a.C. los cartagineses fundan una colonia en Ibiza. Hacia el año 600 tratan de impedir que los griegos se establezcan en Marsella, pero pierden la batalla naval entablada con ese fin. En el 550 toman parte de Sicilia a los griegos e intentan, sin éxito (535 a.C.), a pesar de las colonias fenicias en la isla, hacerse con Cerdeña. Sin embargo, mediante una alianza con los etruscos, que dominaban la mitad norte de Italia, así como los griegos la sur y Sicilia (Magna Grecia), conquistaron la costa occidental de Córcega.

Magón, rey de Cartago, fundó una dinastía y tuvo como descendientes a Amílcar y Asdrúbal. Estos nombres, así como el de Aníbal, se repetirán con frecuencia en la historia de Cartago. En el año 500 a.C. los cartagineses arrasan Tartesos, poco después de ocupar Baleares. Amílcar Barca sometió algunos territorios ibéricos y Asdrúbal fundó Cartago Nova (Cartagena). Aníbal, hijo de Amílcar, llegó hasta el Ebro. A finales del siglo III a.C. la mitad sur de la península estaba bajo dominio cartaginés. Aníbal conquistó Sagunto, ciudad protegida por Roma, y así se desencadenó la Segunda Guerra Púnica en el año 218 a.C. Aníbal y su ejército avanzaron hacia Italia por tierra, superando los Pirineos, la Galia y los Alpes. Aníbal trató de ganarse los territorios italianos para que formaran una confederación con Cartago, pero Roma se revitalizó y conquistó Siracusa, Capua, y en el 209 a.C., Cartagena.

Finalmente, los romanos pasaron a Africa y el general romano Publio Cornelio Escipión, en alianza con el rey de los númidas, Masinisa, derrotó a Aníbal en Zama (204 a.C.). Las condiciones de la rendición fueron muy gravosas: los cartagineses tuvieron que renunciar a sus posesiones en Iberia y a los territorios ocupados en Africa; tuvieron que destruir su flota, pagar fuertes indemnizaciones a Roma y les fue prohibido hacer la guerra sin consentimiento romano. A pesar de los esfuerzos de Aníbal por levantar a su pueblo no lo consiguió e incluso fue desterrado. Por último, se quitó la vida para evitar ser entregado a los romanos.

Mientras, Masinia, había provocado de tal forma a sus antiguos aliados que provocó la Tercera Guerra Púnica con los romanos (149-146 a.C.), que terminó con la total destrucción de Cartago

Los romanos

Con la conquista de Cartagena se inicia la dominación romana de la Península Ibérica. En el año 197 a.C. es dividida en dos provincias Celtiberia y Lusitania, aunque esto no significaba el total control de los territorios; pues los nativos no soportaban ni los impuestos de los pretores, ni los incumplimientos de los pactos alcanzados. Como ejemplo de esto último, Galva, en Lusitania, reunió a gran número de lusitanos con la promesa de repartirles tierras de cultivo y, una vez reunidos, pasó a cuchillo a unos y vendió como esclavos al resto. Esto provocó la rebelión de Viriato (150 a.C.) que, tras algunas victorias, también terminó siendo traicionado y asesinado en el año 139 a.C.

A todo esto, una nueva guerra se había entablado. Su gesta más conocida fue la resistencia a los romanos de la ciudad de Numancia. Tras un largo asedio se rindió a Escipión Emiliano, pero gran parte de los numantinos se dieron muerte (133 a.C.).

A partir de entonces, las peleas por el poder se entablan entre diferentes facciones romanas. El pretor Sertorio alcanza el predominio sobre las provincias y organiza Hispania como una nueva Roma. Esto provocó un grave enfrentamiento con Roma y Sila envió al general Cneo Pompeyo. Con el asesinato de Sertorio se restableció la paz en el año 72. Pero, de nuevo, se produce un enfrentamiento entre Cesar y Pompeyo que terminó con la paz hasta que los pompeyanos fueron derrotados en Munda, en el año 45.

En el año 29, la rebelión de cántabros y astures obliga a Augusto a combatirlos personalmente, la rebelión es sofocada por Agripa en el año 19 y se alcanza un nuevo periodo de paz.

Augusto reorganizó el país y lo dividió en dos provincias imperiales: Lusitania, con capital en Mérida, y Tarraconensis, con capital en Tarragona; y una senatorial, la Bética, con capital en Córdoba. Aunque los valles del Guadalquivir y del Ebro quedaron fuertemente romanizados, no ocurrió lo mismo con el norte y noroeste (Gallaecia) que conservaron en gran medida sus costumbres. Un ejemplo fue la conservación del vascuence en el País Vasco y del celta en Galicia. Aunque no hay una sola provincia en la que no se conserven señas y monumentos de la civilización romana.

Los romanos aplicaron en Hispania el mismo patrón colonizador que en el resto del imperio: Calzadas, acueductos, fortificaciones, puentes, presas (Proserpina en Mérida), faros (Torre de Hércules en la Coruña) y una nueva concepción de las viviendas privadas. Favorecieron el comercio y fomentaron la agricultura con la introducción de nuevas especies vegetales y nuevas técnicas de cultivo.


Suevos, Vándalos y Alanos

En el año 409, bajo los emperadores Arcadio y Honorio, hijos del emperador, de origen español, Teodosio y en plena decadencia del Imperio Romano de Occidente, Hispania fue invadida por tribus bárbaras que cruzaron los Pirineos por varios puntos. Los bárbaros, tras sembrar el terror por donde pasaban y dejar los campos arrasados y llenos de cadáveres insepultos, se repartieron el país. Los suevos ocuparon Galicia; los alanos, Lusitania y la Cartaginense (1); y los vándalos se instalaron en la Bética, que recibió el nombre de Vandalusía. Poco años después, llegaron nuevos invasores, como aliados y en auxilio de los romanos, los visigodos. Bajo su presión los vándalos abandonaron la Bética y, conducidos por Genserico, se adentraron en Africa.

(1) En el 409, la provincia Cartaginense abarcaba: gran parte de Murcia, parte de Andalucía Oriental, parte Castilla la Mancha, Madrid y parte de Castilla-León. Los visigodos entre el año 409 y 420 ocupan un territorio (la nueva Provincia Tarraconensis) equivalente a Cataluña, gran parte de Aragón, algo de Navarra y la mitad norte de la actual comunidad Valenciana.

Los Visigodos

Los visigodos, pueblos de origen Germano, bajo el mando de su caudillo Alarico, destruyeron Roma el 24 de Agosto del 410. Tras un saqueo que duró tres días, cargados de botín y esclavas, se retiraron a la Italia meridional. Poco después muere Alarico y le sucede Ataulfo que también había participado en el asedio de Roma.

Ataulfo acarició la idea de fundar un imperio sobre las cenizas del romano, pero pensando que su pueblo no estaba preparado para asumir las instituciones romanas, creyó más conveniente colaborar en el resurgir del Imperio Romano. Honorio pese al odio que sentía por los visigodos no tuvo más remedio que aceptar la ayuda que se le ofrecía.

Ataulfo consiguió restablecer la autoridad de Honorio en las Galias y se casó, en Narbona, con Gala Placidia, hija del emperador Teodosio y hermana de Honorio, que había sido tomada como prisionera durante el saqueo de Roma. El hecho de que un godo se desposara con una dama de semejante alcurnia, sin consentimiento del emperador, tuvo una gran influencia sobre el destino del imperio y sería una de las causas de la invasión visigoda de España.

Constancio, consejero y ministro de Honorio, que también deseaba a Gala Placidia y envidiaba el poder que iba alcanzando Ataulfo, pidió a Honorio que exigiera la devolución de Gala Placidia. Así lo hizo éste, pero Ataulfo se negó. Constancio aprovechó la situación para, tras aliarse con las tribus bárbaras del Rin, acosar a Ataulfo que, presionado por fuerzas mayores, incendió Burdeos, cruzó los Pirineos y conquistó Barcelona (año 414). Allí nació su hijo que recibió el nombre de su abuelo, el emperador Teodosio, y bajo cuyo mando hubieran podido unirse romanos y visigodos en un nuevo imperio, pero Teodosio murió pocos meses más tarde. Su cuerpo recibió sepultura en un sarcófago de plata en la catedral de Barcelona.

La intención de Ataulfo fue la de arrojar a los bárbaros y construir un reino gótico en España, pero no tuvo tiempo, pues fue asesinado por Dubio (año 415), alentado por Sigerico, miembro de su séquito, que deseaba reemplazarle en el mando e iniciar una guerra más agresiva contra los romanos. Sigerico fue proclamado rey y ordenó matar a los seis hijos del primer matrimonio de Ataulfo. Gala Placidia fue tratada con crueldad y obligada a caminar veinticuatro kilómetros, junto a otras esclavas, delante del caballo que montaba Sigerico. Sigerico fue asesinado meses después por instigación de Walia, hermano de Atulfo, que le sucedió en el trono.

Walia pactó con Constancio la paz y obtuvo un soberbio rescate por Gala Placidia. Y mientras los romanos se encargaban de avituallar al pueblo visigodo, estos se encargaron luchar contra suevos, vándalos y alanos. El emperador Honorio continuó haciéndose la ilusión de que la sometida Hispania seguía perteneciéndole y recompensó a Walia con la Aquitania, desde el Loira hasta Burdeos, con lo que se dio nacimiento al reino visigodo de la Galia. Walia y sus sucesores fueron, desde entonces, los reyes de un pueblo y de un reino.

Ataulfo, aunque solo dominó parte de la Tarraconense, puede ser considerado el primer rey visigodo de España.

La dominación visigoda

Hacia el año 467 los visigodos dominaban gran parte de la Península y, bajo el reinado de Eurico (467-484), sus territorios se extendían más allá de los Pirineos y la capital era Toulouse. En el año 507, Alarico II, sucesor de Eurico y seguidor de la herejía arriana se enfrento con Clodoveo, rey de los francos, y fue derrotado. Esta derrota supuso la pérdida de los territorios de la Galia excepto la provincia de Septimania (ancha franja de la costa francesa sobre Cataluña, en parte coincidente con el Rosellón). El reino visigodo quedó confinado en la Península que era compartida con los suevos del noroeste y con los bizantinos, que ocuparon el sur.

Atanagildo (554-567) fijó la capital en Toledo. A Atanagildo le sucedió Liuvia I y a este Leovigildo(568-586) que reformó las leyes para facilitar la convivencia de hispanorromanos y visigodos, reforzó la autoridad real y destruyó el reino suevo; pero no consiguió la unidad religiosa bajo el arrianismo. Su hijo Recaredo (568-601) y el pueblo godo abrazaron el cristianismo y así se logró la unidad religiosa. (Cuando en el año 313 se publicó el Edicto de Milan, por el que el Imperio Romano hacía del cristianismo la religión oficial, ya había en Hispania 19 obispados). La unión territorial la consiguió Suintila (621-631) al expulsar del país a los bizantinos. Con Recesvinto (653-672) se publica su Código, Liber Iudiciorum, que fue aplicable por igual a godos e hispanorromanos, consiguiéndose la unidad judicial para todos.

Apenas lograda la unidad, frágil y contradictoria, surge una nueva amenaza. Bajo el reinado de Wamba (672-680) asoman por primera vez las naves musulmanas en las costas meridionales y, en el año 711, los musulmanes, bajo el mando de Tarij-ben-Ziyad, uno de los generales de Musá Ibn Nusair, el famoso moro Muza, cruzan el estrecho de Gibraltar para intervenir en la lucha dinástica de los visigodos, provocada por la aspiración al trono de los hijos de Witiza frente a Don Rodrigo, vencen con facilidad al rey Rodrigo y se extienden, sin apenas resistencia, por gran parte de la Península.


Ante la facilidad de la invasión, olvidaron a los hijos de Witiza (702-710), y organizaron el gobierno como un emirato dependiente de la dinastía Omeya de Damasco. Los sucesores de los primeros invasores extendieron la conquista hasta Francia, pero allí fueron derrotados por Carlos Martell en la batalla de Poitiers (año 732).

Don Rodrigo y la invasión musulmana

A pesar de la insistencia de la viuda del rey Witiza para que coronaran al mayor de sus hijos, los nobles decidieron elegir rey a Don Rodrigo, hasta entonces gobernador de la Bética y un gran guerrero. Pero los deudos de Witiza decidieron nombrar otro rey en la persona de Aguila II, cuyo parentesco con aquel no estaba muy claro. La guerra civil estalló y Rodrigo no pudo dominar las provincias de Cataluña y Septimania, donde reinaba Aguila II.

Un bereber, Olbán, el famoso "Conde don Julián" del romancero, católico y amigo de los visigodos hasta que, cuenta la leyenda, su hija, la hermosa Florinda, fue ultrajada por el rey Witiza. Entonces, como venganza, entregó la ciudad de Ceuta a Muza, se convirtió en su aliado y le animó a conquistar España. Les proporcionó barcos y de esta forma un cuerpo expedicionario penetró en la península y saqueó, sin encontrar casi resistencia, varios pueblos cercanos al lugar del desembarco, regresando a Ceuta con el botín. El conde don Julián se convirtió al Islam y, tras la conquista árabe, recibió tierras en España como recompensa por sus servicios a la causa de la media luna.

En la primavera del 711, Rodrigo, sin hacer caso de lo que consideraba una razzia más de los musulmanes, se dirigió al norte para someter a los vascones, con la intención de dirigirse después contra Aguila II, en Cataluña, una vez estuvieran sometidos. Mientras, los descendientes y partidarios del difunto Witiza seguían intrigando para que Muza les ayudara a retomar el poder. Muza accedió, y el 28 de abril del 711, 7.000 hombres se embarcaban, en naves también proporcionadas por el conde don Julián, y tras cruzar el Estrecho se fortificaban en Gibraltar, antes de emprender la marcha hacia el norte.

Enterado Rodrigo, se trasladó a Córdoba y se aprestó a la batalla reuniendo a los nobles, incluidos los descendientes de Witiza que estaban dispuestos a traicionarle desde sus mismas filas de combate. A todo esto, Tariq había recibido 5.000 hombres como refuerzo enviado por Muza. Como estaba previsto, los hijos de Witiza convencieron a parte de las tropas para que abandonaran la batalla con la excusa de que los africanos solo venían para devolver el poder a sus legítimos herederos. La batalla final tuvo lugar en Medina Sidonia, en el lago de la Janda. Los witicianos abandonaron el combate y Rodrigo, que estuvo en persona al mando del cuerpo central del ejército, murió o todavía vaga por aquellas tierras, pues nunca más se supo de él. Parte de las fuerzas de Tariq se dirigieron a tomar Córdoba y él, con las tropas restantes, marchó sobre Toledo.

Al año siguiente, Muza desembarcó en España con un ejército de 18.000 hombres y tomó Sevilla y varias ciudades. El 30 de Junio del 713 cayó Mérida, tras una fuerte resistencia. En el 714 Tariq y Muza sitiaron Zaragoza y mientras duró el asedio Tariq avanzó hacia Cataluña. Otras expediciones penetraron en Galicia. Cuando Muza y Tariq fueron llamados a Damasco por el Gran Califa al-Walid, la conquista había casi concluido con la excepción de los focos siempre bárbaros del norte, impermeables a cualquier invasión (adoramos las cocoxas).

La facilidad y rapidez de la conquista se debieron: por un lado, a la colaboración en ella de los traidores Witiza, y por otro, a la pasividad del pueblo llano, harto como estaba de los abusos de los señorones feudales y de la Iglesia. Abolir la esclavitud hubiera sido algo imposible en el siglo VII, pero intentar imponer más justicia y medidas más liberales hubiera sido más evangélico. La Iglesia abrazada como siempre a sus privilegios no quiso provocar el enojo los príncipes. Una vez más es necesario concluir, que del burdo o sutil equilibrio entre la Iglesia y los poderosos han surgido las civilizaciones de cualquier signo, y que cuanto más fuerte ha sido esa unión más grandes han sido los imperios, más desgraciado el pueblo y más estrepitosa la caída del dichoso Imperio.

Y colorín colorado, y aquí termina esta historia de la INVASION MUSULMANA.

Epílogo:

De Muza y Tariq nunca más se supo, se piensa que fueron postergados y que murieron oscuramente.

El hijo de Muza se hizo cargo del emirato y se casó con la viuda de Rodrigo, Egilona, que recibió el sobrenombre de "la señora de los collares" (tan famoso siglos después) que en árabe significa "Unm al-Isam".

Los hijos de Witiza fueron recompensados por su traición al rey Rodrigo (el breve), pero se quedaron sin reino. Y de los árabes hablaremos en la Reconquista.

" Una vez más se perdió un reino por culpa de las cansinas luchas entre los reinos interiores."

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