martes, 18 de octubre de 2011

Historia de España - La Reconquista

Los hispano godos que no quisieron someterse a la dominación musulmana se refugiaron en las montañas de Asturias y en los altos valles de los Pirineos. Desde estos lugares se inició la reconquista, una rebelión contra el invasor que se mantuvo durante más de siete siglos.

Al frente de la rebelión de los astures se puso Don Pelayo, noble godo y primer rey (718-737) de Asturias y León , que obtuvo su primera victoria sobre el Islam en Covadonga (722). Años después, su sucesor, Alfonso I (739-757), recorrió el Valle del Duero y trasladó, hasta Asturias, a los cristianos que por allí estaban desperdigados. De esta forma, consolidó su pequeño reino y la meseta septentrional se convirtió en un territorio de nadie entre los dominios musulmán y cristiano.

La dinastía Omeya de Damasco fue derrocada y subió al poder la dinastía Abassí de Bagdad. Uno de los supervivientes, Abderramán ben Omeya, se trasladó a Córdoba y se proclamó emir independiente (756-788). Las luchas internas en la Península propiciaron que Carlomagno, rey de los francos, penetrara hasta el sur de los Pirineos, en una zona donde los pamploneses había logrado manrener cierta independencia apoyándose, según les convenía, en astures, musulmanes o francos.

Con Abderramán III (912-961) se consolida el califato de Córdoba, que se extendía hasta el valle del Duero y más allá de Ebro. El califato independiente se convirtió, durante más de un siglo, en el centro cultural y comercial más activo de occidente. Allí acudían filósofos, médicos, geógrafos, historiadores y artistas de todo el mundo musulmán. El califa Al-Hakam II (961-976) llegó a reunir una biblioteca de 400.000 volúmenes. Pero el califato tuvo una vida muy corta. Tras la muerte, en el año 1002, del general árabe Almanzor que había conseguido, mediante el despliegue de una gran actividad bélica, que los cristianos se replegaran a los mismos territorios en los que se habían refugiado cuando se inició la reconquista, la autoridad de los sucesivos califas, diez entre los años1009 y 1031, se resquebrajó de tal forma que la España musulmana se disgregó en numerosos y pequeños reinos de taifas entre los que sobresalieron los de Sevilla, Badajoz, Toledo, Zaragoza y Valencia por su gran actividad cultural y su nivel de vida.

Mientras el califato se disgregaba, el rey de Navarra Sancho el Mayor (Sancho Garcés III, 1000-1035) consiguió extender su influencia a toda la España cristiana, desde los condados catalanes hasta el reino de León. Pero, en su testamento, repartió sus dominios entre sus tres hijos. García de Nájera le sucedió en Navarra; Ramiro recibió el condado de Aragón y adoptó el título de rey, y Fernando recibió Castilla que había sido convertida en reino, al que por herencia unió el reino de León., a la muerte sin sucesión de su cuñado, Bermudo III (primera unión).

A todo esto, los condados catalanes se enmarcaban en la denominada Marca Hispánica. Francos o gente de Barcelona, les llamaban en los otros reinos peninsulares, pero los francos les llamaban hispanos. El sentimiento catalán se formó por la oposición a francos y musulmanes. El primero de los condes de Barcelona fue Wifredo I, el Velloso (Gifré, el Pelós) (874-897). El Pelós, inició una dinastía que consiguió independizarse de la monarquía carolingia con Borrell II (947-992), pues se negó a rendir vasallaje al monarca franco, Hugo Capeto; Ramón Berenguer I (1035-1076) consiguió crear Cataluña, ya que aglutinó bajo la autoridad del Conde de Barcelona todos los otros condados, configurando de esta manera el principado en ciernes. En lo referente a la legislación civil, mandó recopilar (1068) los usos y costumbres de Barcelona en un códice llamado en latín Usatici, que, traducido al catalán con el nombre de USATGES, regulaba las relaciones entre señores y vasallos.

Todos los nuevos reinos y condados continuaron su lucha por extender sus territorios y forzaron a muchos de los reinos de taifas a pagar tributo. Esto, unido a la mejoría económica por la entrada de peregrinos que recorrían el camino de Santiago, reforzó la situación de prosperidad de los reinos cristianos. El avance de la Reconquista, y especialmente la toma de Toledo (6.5.1085) por el rey Alfonso VI de Castilla (1065-1109), obligó a los reinos musulmanes a pedir ayuda a sus vecinos del norte de Africa, los almorávides, grupo de religiosidad intransigente. Yusuf ben Tasfin, tras reunir más tropas en Sevilla y en Granada, venció a Alfonso VI el Bravo en la batalla de Zalaca (1086). Con esta derrota se inicia para Alfonso, tras catorce años de sonados éxitos militares y políticos, un periodo de desgracias e infortunios a pesar del inestimable apoyo de su vasallo El Cid Campeador, Rodrigo Díaz de Vivar.

Yusuf consiguió unificar la España musulmana bajo su poder y expulsó a los soberanos de los diferentes reinos de taifas; con ello puso fin a la brillante cultura hispano musulmana. Frente a la carencia de una arte almorávide, el arte cristiano se materializó, entre otras manifestaciones, en una gran expansión de iglesias y monasterios de estilo románico.

A mediados del siglo XII, la Reconquista había experimentado un notable avance, tanto en Castilla, como en Aragón. Pero Alfonso VII (1126-1157) dividió el reino entre sus dos hijos, Sancho III de Castilla y Fernando II de León, con lo que se inicia un periodo de rivalidad entre los dos reinos.

Mientras Portugal y Navarra afianzaban su independencia, Aragón y Cataluña se habían unido (1137) por el compromiso de matrimonio entre la heredera del reino de Aragón, Petronila, que solo contaba dos años de edad, y el conde de catalán Ramón Berenguer IV (1131-1162) que había heredado los condados catalanes, a excepción del de Provenza y las tierras del otro lado de los Pirineos que correspondieron a su hermano Berenguer Ramón.

Ramón Berenguer prometió respetar los fueros , usos y costumbres aragoneses, y solo detentó el título de Príncipe de Aragón, nunca el de rey. Ramón Berenguer fue un excelente diplomático que además de consolidar la unión definitiva entre el reino de Aragón y el condado de Cataluña obtuvo notables triunfos en la guerra contra los musulmanes. A cambio de su alianza con Alfonso VII de Castilla, el Emperador de los reinos cristianos españoles, contra Sancho VI de Navarra y de reconocer al rey de Castilla su "Alta Señoría" sobre todas las tierras de España, consiguió que se le reconocieran los derechos de conquista que los catalanoaragoneses tenían sobre las tierras de Valencia y Murcia y no pagar tributo, ni rendir vasallaje al rey castellano.

Petronila, que siempre había delegado las tareas de gobierno en su capaz esposo, quedó viuda a los veintiocho años y abdicó en su hijo primogénito, Ramón Berenguer, que, en memoria de su tío Alfonso I el Batallador, rey de Navarra y Aragón, adopto el nombre de Alfonso II. Alfonso solo tenía doce años de edad y contó, por acuerdo en vida de su padre, con la protección del monarca británico Enrique II de Plantagenet, duque de Aquitania por su matrimonio con Leonor de Aquitania.


La intervención de los almohades representó una grave amenaza para los reinos cristianos, especialmente para Castilla donde se creó, como medio de defensa, la orden militar de Calatrava (1158). En 1195, Alfonso VIII de Castilla es derrotado en Alarcos. La reacción cristiana llegó en el año 1212 y en la batalla de las Navas de Tolosa los reyes de Castilla, Aragón y Navarra, al frente de sus respectivas tropas, derrotaron al ejército almohade, lo que significó el fin de su poder. La expansión de los reinos cristianos seguía avanzando.

Después de las Navas de Tolosa, la España musulmana fue cayendo en poder de los cristianos. Tras la conquista de Mallorca (1229) y Valencia (1238) por Jaime I de Aragón; de Córdoba (1236) y Sevilla (1248) por Fernando III de Castilla y León, y de Cádiz y el reino de Murcia por Alfonso X; solo quedó en manos musulmanas el reino de Granada, que subsistió dos siglos como vasallo y tributario de la corona de Castilla, esta demora en completar la reconquista fue debido a las frecuentes luchas internas en este reino.

La rápida extensión de esta última fase de la Reconquista y la escasez de población de los reinos cristianos hicieron que parte de la población musulmana permaneciera en sus tierras, tributando a los nobles o a las órdenes militares que habían apoyado a la corona en la conquista. Así se formaron los latifundios del sur de España y Portugal. La nobleza, con una clara falta de visión que respondía al desprecio por el trabajo manual que tan graves consecuencias tuvo para España en los siglos siguientes, dedicó con preferencia sus tierras a la ganadería en perjuicio de la agricultura que tan sabiamente se había desarrollado en la España musulmana, esto supuso convertir Castilla en una potencia lanera.

(En el siglo XVI se estimaba que pastaban en la Península unos cinco millones de merinas, casi un borrego por habitante, cuya lana era transformada fuera de España en tejidos diversos. Tejidos por los que se pagaba diez veces más de lo que se había cobrado por las materias primas necesarias para elaborarlos. Ver conclusiones del Memorial de Luis de Ortiz, entregado a Felipe II en 1558.)

Frente al creciente poder de la nobleza, la monarquía buscó el apoyo de los municipios, que habían adquirido conciencia de su carácter y de su fuerza, de forma que en las Cortes comienzan a participar, además del clero y de la nobleza, representantes de este nuevo y pujante poder. Con las nuevas formas de vida y de economía, surgen nuevas órdenes religiosas, como los franciscanos, que se mantienen en estrecho contacto con el pueblo y está siempre de su parte en las ocasiones de conflicto con la nobleza

Durante el siglo XIII, el reino de Castilla, por su situación económica desahogada, conoció un importante desarrollo de la arquitectura. Se levantaron iglesias con diferentes estilos. De puro estilo gótico, continuación del románico, son las catedrales de Cuenca, Sigüenza, Toledo, Burgos y León, algunas de las cuales son completadas o rematadas en siglos posteriores. A finales del siglo XIII y principios del XIV, se inicia la construcción de las grandes catedrales de la corona de Aragón: Palma de Mallorca, Gerona y Barcelona. La numerosa población musulmana de Aragón justifica la existencia de varias torres mudéjares, de las cuales, Teruel, posee un conjunto excepcional.


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Los Trastamara en Castilla y Aragón

A mediados del siglo XIV, se abre un largo periodo de crisis que afecta a todos los aspectos de la vida. La peste negra azota la península en 1348, con distinta intensidad de unas regiones a otras; se calcula que algunas de ellas perdieron dos tercios de la población. A consecuencia de ello escaseó la mano de obra, subieron los jornales y se encareció muy considerablemente la vida.

A la muerte de Alfonso XI de Castilla, el Justiciero(1312-1350), su único hijo y sucesor, Pedro I el Cruel (1350-1369), se vio envuelto en una larga lucha dinástica en la que se vieron implicados los demás reinos cristianos, y que adquirió dimensión internacional al interferir con la guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, ya que el rey de Castilla acosado por su hermano bastardo, Enrique de Trastamara, aspirante al trono, pactó la ayuda del ejército inglés de Eduardo de Gales, el Príncipe Negro, a cambio de buenas sumas del tesoro real y del señorío de Vizcaya. Alava y Vizcaya hubieran sido entregadas a Carlos II el Malo por permitir el paso de los ingleses por sus dominios. Los ingleses vencieron a las tropas de mercenarios de Enrique que estaban al mando de Bertrand Du Guesclin, pero Pedro I incumplió el compromiso adquirido con el de Gales que le abandonó a su suerte, dejando Castilla.

Aunque el rey de Francia, Carlos V, ocupadas sus fuerzas en la lucha contra los ingleses, dudaba en prestar su ayuda al Trastamara, finalmente firmó el tratado de Toledo, por el que se comprometió en la lucha contra Pedro I. El rey acudió a Toledo, que había caído en poder de Enrique, que contaba con el apoyo de gran número de nobles castellanos, pero su ejercito era inferior en número al de sus enemigos. Ante aquella situación trató de pactar con Du Guesclin, pero cuando entró en la tienda del mercenario francés, Enrique, que allí se hallaba escondido, se abalanzó sobre él enzarzándose ambos en una feroz pelea, durante la que Du Guesclin pronunció la famosa frase "ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor" mientras tomaba parte a favor de quien pagaba sus servicios. Pedro recibió varias puñaladas, falleciendo, a causa de las heridas, el 23 de marzo de 1369.

Con la muerte del rey Pedro I, terminó la crisis por la lucha de sucesión abierta en el reino de Castilla, pero quien realmente triunfó fue la nobleza rural agraria, que fue la que frustró el desarrollo de una burguesía, pujante en otros países en aquella época, abierta hacia el desarrollo industrial que ya empezaba a consolidarse a finales del siglo XIV en el resto de Europa. Con Enrique II de las Mercedes (1369-1379), se entronizó la dinastía de los Trastamara. Con ella, el poder real se deteriora por las reividicaciones de la nobleza, y se conoce un periodo de gran decadencia del reino castellano durante los reinados de JuanII de Castilla y León (1406-1454) y de Enrique IV el Impotente (1454-1474), hermano y antecesor de la reina Isabel I de Castilla.

Tanto los reinos cristianos, como el reino musulmán, se vieron agitados durante el siglo XIV y parte del XV por las turbulencias de la nobleza. En el reino de Aragón, la nobleza exigió la confirmación de sus privilegios, pero fue vencida por Pedro IV en Epila (1349) y, en Navarra, provocó el enfrentamiento entre Agramonteses y Beamonteses del que hablaremos más adelante.

Un motivo más de turbación fue el Cisma de Occidente, consecuencia de una larga crisis religiosa. En 1378 se eligieron dos papas, Urbano VI (1378-1389) y Clemente VII (1378-1394); los estados peninsulares se adhirieron a uno u otro, de acuerdo con sus intereses políticos. El Concilio de Constanza (1417) puso fin a esta situación mediante la elección de Martín V (1417-1429) que consiguió devolver la unidad a la Iglesia.

En este periodo, la corona de Aragón dio un ejemplo de madurez política cuando, al morir sin descendencia Martín el Humano (1410), se designaron doce compromisarios que entregaron la corona a quien, a su juicio, tenía más derecho a ella, Fernando I El de Antequera (1412-1416), hermano de Enrique III de Castilla. Con él se introduce, en Aragón, la dinastía Trastamara. Uno de sus hijos, Alfonso V de Aragón (1416-1458), continuó la política mediterránea y ocupó el reino de Nápoles, mientras que otro, Juan II de Aragón (1458-1479), por su matrimonio con Blanca de Navarra, se adueñó del reino de Navarra y representó a su padre en el gobierno de Sicilia. A Juan II le sucedió su hijo Fernando II de Aragón, que sería V de Castilla tras su matrimonio con Isabel.

Pero vamos a entretenernos, un tanto, con los reinos de Aragón y de Castilla, durante los reinados de Juan II de Aragón y de Enrique IV de Castilla, antes de entrar en el reinado de los Reyes Católicos, con los que comienza la Edad Moderna, el amanecer del Imperio Español, la madurez del Renacimiento y una de las más grandiosas centurias de la historia de la humanidad y de la historia de España.

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Juan II de Aragón (1458-1479) y I de Navarra (1425-1479)

Hijo de Fernando de Antequera y de Leonor de Alburquerque, representó a su padre, de 1415 a 1416, en el gobierno de Sicilia. También intervino, activamente, junto con su hermano Enrique (Marqués de Villena) contra el valido de Juan II de Castilla, Alvaro de Luna. A los veintidós años de edad se casó con Blanca de Navarra, lo que le convertiría en rey consorte de Navarra. Inmerso en los asuntos de Castilla, vivió ajeno, en un principio, a los problemas navarros.

En 1435, se trasladó a Italia para ayudar a su hermano, Alfonso V de Aragón, en la conquista de Nápoles. Regresó como lugarteniente del rey para ocuparse de la gobernación de Aragón y Cataluña. Al morir su esposa Blanca, se negó a entregar el reino a su hijo y legítimo heredero el príncipe Carlos, el Príncipe de Viana, al que nombró su lugarteniente en el reino de Navarra. Enfrentado, de nuevo, en una guerra contra Castilla, fue derrotado en Olmedo (1445), con lo que se puso fin a la influencia del partido aragonés en los asuntos castellanos.

En 1444, Juan contrajo nuevas nupcias con Juana Enríquez, hija de Fadrique Enríquez, Almirante de Castilla y rival de Alvaro de Luna. Hijos de este segundo matrimonio fueron Fernando, Leonor, María y Juana; además tuvo numerosa descendencia en sus aventuras extramatrimoniales.

Juana Enríquez, mujer ambiciosa e indomable que dominaba a su padre, le utilizaba para espiar e influir en los asuntos de Castilla. Alvaro de Luna, harto de la injerencia aragonesa, invadió Navarra, aliándose con el príncipe Carlos contra su padre, que a su vez buscó el apoyo de Enrique, heredero de Juan II de Castilla. Esto provocó la guerra civil entre los nobles partidarios de Carlos, Beaumonteses, y los partidarios de Juan de Aragón, Agramonteses, dos bandos que se odiaban.

Carlos fue derrotado en Aybar y hecho prisionero, en 1452. Juana Enríquez, en avanzado estado de gestación, abandonó Estella y se trasladó a Aragón, donde dio a luz a su hijo Fernando. Decidida a que su hijo fuera el futuro rey de Aragón, mostró toda su aversión hacia Carlos que una vez liberado, a petición de las Cortes de Lérida, marchó a Nápoles en busca de la protección de su tío Alfonso V.

Pero Alfonso muere, en 1458, sin descendencia y Juan II hereda el reino aragonés y los condados catalanes a la avanzada edad de sesenta años. Tras una breve reconciliación con su hijo Carlos, le acusa de traición por mantener tratos secretos con Castilla y ordena su prisión en el castillo de Azcona. Los catalanes, partidarios de Carlos, se sublevaron y Juan se avino a ponerle en libertad. Carlos es nombrado heredero y lugarteniente del Principado y, en virtud de la concordia de Villafranca del Penedés, se le confió el gobierno de Cataluña y se prohibió entrar a Juan II, en el Principado, sin autorización previa.

Carlos se vio forzado a suspender las negociaciones de boda con la hermanastra de Enrique IV de Castilla, Isabel ( la futura reina Católica), por deseo de los catalanes, poco aficionados a las aventuras de esa clase, y solicitó la mano de María de Francia. Durante las negociaciones murió repentinamente, a la edad de cuarenta años (septiembre de 1461) a consecuencia de una infección pulmonar, pero fueron muchos los que creyeron que su muerte fue provocada por envenenamiento, por instigación de Juana Enríquez que, de esta forma, veía despejado el camino hacia el trono de su hijo Fernando. Poco después Fernando era jurado como heredero del reino de Aragón en las Cortes de Calatayud.

Luís XI de Francia, que deseaba hacerse con los reinos de Navarra y Cataluña, alentaba a los partidarios de la independencia de Cataluña al enfrentamiento con Juan II y aunque Juana consiguió que las Cortes Catalanas juraran a Fernando como heredero del Principado, la situación en Cataluña se fue enrareciendo hasta que, en febrero de 1462, estalló la revuelta de los payeses de remensa, dando lugar a la guerra civil.

Un ejército de la Generalitat, bajo el mando de Roger Pallarés, sitió a Juana y a su hijo en su fortaleza de Gerona. Pero la enérgica reina supo defenderse, durante cuatro meses, hasta que llegaron las tropas del rey que, apoyadas por tropas del rey francés, obligaron a levantar el cerco. El precio que se pactó por la ayuda francesa de Luís XI fue de 200.000 doblas de oro, a pagar en el plazo de un año; como garantía de pago se ofrecieron la Cerdaña y el Rosellón que pasarían al reino francés en caso de no efectuarse el pago, como así fue.

Cataluña continuó su guerra contra Juan, ofreciendo el gobierno del Principado a quien mejor ayuda quisiera ofrecerles. Enrique IV de Castilla fue nombrado conde de Barcelona y señor del Principado, pero la nobleza castellana le forzó a abandonar Cataluña a su suerte. La misma oferta recibió el rey Pedro de Portugal y fue el mismo Fernando, con trece años, el que, al mando del ejército, venció en Calaf al portugués, que moría poco después. Juan II, ciego y con setenta años, continuó su acoso, ayudado por su hijo y, al fin, en 1472, consiguió entrar con sus tropas en Barcelona, obligando a los rebeldes a rendirle obediencia (como tantas veces ha tenido que hacer, por la fuerza de las armas, ese pueblo, siempre descontento con la nación a la que pertenece). Juan, por razones de Estado, se mostró clemente con los vencidos, renunció a la venganza y concedió el perdón.

Pero antes de esto, Juan II, se había hecho operar de cataratas en Lérida, había recobrado la vista y se puso a la tarea de propiciar la unión de Castilla y Aragón. Realzó la posición de Fernando nombrándole rey de Sicilia, al tiempo que enviaba emisarios secretos a Castilla con la misión de allanar las dificultades que habían surgido en las estipulaciones matrimoniales. Pocos meses después, él y su hijo, firmaban en Cervera las capitulaciones matrimoniales (7.1.1469) y el rey partía para continuar su guerra contra Cataluña.

Entre los años que mediaron entre la boda con Isabel (1469) y su ascensión al torno de Castilla, a la muerte de Enrique IV el Impotente(1474) Fernando fue reclamado por su padre para que le ayudara, tanto en la guerra contra Cataluña, como, tras la rendición de Cataluña, en la difícil guerra contra Luís XI de Francia para recuperar el Rosellón; en ambas ocasiones contó con el apoyo de las tropas castellanas.

Juana Enríquez no pudo asistir a la boda de su amado hijo, cruel destino, tal vez la venganza de los cielos por su supuesta participación en la muerte del desgraciado príncipe Carlos. Aquella enérgica y caprichosa dama había muerto en 1468, tras una dolorosa agonía producida por un cáncer de pecho.

Juan II, un rey de talento, inquieto y turbulento, sensual y avaro, fue distinguido por sus contemporáneos con el título de El Grande y murió de viejo, a los ochenta y un años de edad. Su hijo Fernando se convirtió en rey de Castilla, de Aragón y Cataluña, de Sicilia y de Nápoles, y su hija Leonor, nacida del matrimonio con Blanca de Navarra, heredó el reino de Navarra. Fernando II de Aragón y V de Castilla y León fue, digno hijo de tales padres, un hábil político y diplomático.

Enrique IV El Impotente (1454-1474)

Hijo de Juan II de Castilla, comenzó a reinar a los veintinueve años, después de derribar a Alvaro de Luna y de intervenir en las luchas nobiliarias por el poder, luchas que se intensificarían durante su reinado.

Siendo todavía Príncipe de Asturias, contrajo matrimonio con Blanca, hija de Blanca Navarra y de Juan I (II de Aragón). El matrimonio, que duró 13 años, nunca se consumó. Enrique confesó su impotencia y el matrimonio fue anulado por Roma a través del arzobispo de Toledo. Blanca regresó a Navarra donde le esperaba un triste destino.

Aunque el principio de su reinado fue prometedor, al firmar la paz con Navarra y Aragón y guerrear con éxito por el reino de Granada, pronto se convirtió en un numeroso cúmulo de hechos vergonzantes. El marqués de Villena, Pedro Pacheco, se encargó de gobernar; mientras el rey, de tendencias homoxesuales, se dedicaba a la caza, la música, la danza y a todo tipo de excesos y orgías. Era un gran aficionado a las costumbres musulmanas y se vestía y comía a su usanza.

Ante el aumento de partidarios a favor de sus hermanastros Isabel y Alfonso, Pacheco le aconsejo que se casara de nuevo para procurar un heredero a la Corona. Lo hizo con la hermana del rey Alfonso V de Portugal, Juana, de dieciséis añitos de edad, toda una belleza, que permaneció virgen en su noche de bodas. La corte se convirtió, de la mano de las damas portuguesas, en un lugar donde la frivolidad y el devaneo eran comunes. Enrique se prendó de una de las más casquivanas y bellas damas, Guiomar de Castro, y para evitar los celos de la reina le puso casa y criados cerca de palacio.

A todo esto, uno de los pajes al servicio de Enrique, Beltrán de la Cueva, futuro conde de Ledesma, duque de Alburquerque y gran maestre de Santiago, se había ganado, gracias a su buena presencia, la confianza del matrimonio real, "demostraba tanto amor al rey que parecía devoción y tanta devoción a la reina que parecía amor". En 1462, Juana dio a luz una niña, que fue bautizada con el nombre de su madre y a quien pronto se le apodó, La Beltraneja, por la supuesta paternidad de Beltran de la Cueva.

Por no haber sido bien aconsejado en relación con la oferta catalana y navarra de hacerse con aquellos reinos, Enrique destituyó al marqués de Villena y puso en su lugar a Beltrán. Ante esta afrenta real, el de Villena formó un partido, enemigo del nuevo valido, que trató de impedir que Juana La Beltraneja fuera nombrada heredera de la corona y propusieron como heredero a Alfonso. Enrique se avino a que su hermanastro, Alfonso, fuera declarado heredero a condición de que se casara con Juana. Así, Alfonso, quedaba en manos del marqués, auténtico triunfador de todas estas intrigas. Pero poco después, Enrique, anuló lo pactado y, presionado por su esposa y Beltran, nombró heredera a La Beltraneja. Los partidarios de Alfonso no tardaron en aprestarse a guerrear contra los realistas.

En 1467, el ejército rebelde se enfrentaba al realista sin que la victoria de Enrique fuera rotunda, y Alfonso moría, supuestamente envenenado. Los nobles rebeldes no se desanimaron y propusieron la corona a Isabel, que se negó a obtenerla en rebeldía contra su hermano. Pero el de Villena pactó con Enrique el deponer las armas si, Isabel, era nombrada heredera. Por el tratado de los Toros de Guisando (Avila-1468), Isabel fue nombrada heredera con el compromiso de no ser forzada a contraer matrimonio en contra de su voluntad, pero tampoco debería a casarse sin consentimiento del rey. Además Enrique se comprometía a que su esposa, Juana de Portugal, abandonara la corte definitivamente y fue recluida en el castillo de Alaejos (1468). Juana se fugó del castillo con su amante, Pedro de Castilla el Mozo, un nieto de Pedro El Cruel, con el que tuvo dos hijos. Más tarde terminó sus días en el convento de San Francisco de Madrid, a los treinta y seis años, poco después de la muerte de Enrique.

Isabel, que había rechazado la propuesta de matrimonio con Alfonso V de Portugal por la diferencia de edad entre ambos, no puso ningún reparo a los planes secretos de matrimonio con Fernando, que se llevaron a cabo sin conocimiento de su hermano, el rey Enrique, y que cristalizaron en las, ya citadas, Capitulaciones de Cervera (7.1.1469).

Fernando, avanzado el año 69, se trasladó, disfrazado de mozo de mulas, con una expedición de unos comerciantes aragoneses, hasta Dueñas (Valladolid), donde le esperaba Isabel. El día 19 de octubre se celebraron los esponsales, una vez obtenida la dispensa papal, necesaria por la consanguinidad de los esposos. La bula papal que el arzobispo de segovia, Don Pedro Carrillo, mostró a los novios resultó ser falsa, aunque el papa Sixto IV no puso obstáculos para otorgar su consentimiento posterior.

Cuando Enrique conoció el enlace, por carta de su hermana Isabel, y que el matrimonio había sido consumado, dio por no válido el tratado de los Toros de Guisando y nombró, de nuevo, heredera a Juana La Beltraneja. En 1473 se entrevistaron en Segovia y Enrique pareció desdecirse de su última decisión y rabieta y se comprometió a reunir a las Cortes, para que juraran a Isabel como heredera del trono. Pero Enrique falleció (11.12.1474), probablemente envenenado. Antes de morir, se le preguntó con insistencia sobre quien debería reinar, pero se negó a responder, se dio media vuelta en el lecho, se mantuvo en silencio y falleció a las pocas horas. Con él, se extinguió la línea masculina de los Trastamara. Al no quedar clara la sucesión, los partidarios de Isabel y de Juana La Beltraneja se enfrentaron en una guerra civil que duró siete años.

La ayuda material y la sagacidad política del reino de Aragón hicieron prevalecer los derechos de Isabel, que ya se había autoproclamado reina propietaria de Castilla, en Segovia (13.12.74), a las pocas horas de fallecido el rey Enrique. Tenía veintitrés años de edad y Fernando, que se hallaba ocupado en la guerra de recuperación del Rosellón, en apoyo de su anciano padre, no asistió a la ceremonia de proclamación. Cuando Fernando, a su regreso, pretendió ser reconocido rey de Castilla, por su condición de descendiente de la casa Trastamara, su esposa le convenció de que no era conveniente crispar los ánimos de los castellanos ante la guerra de sucesión que se avecinaba. En 1475, se firmó la Concordia de Segovia, por la que se estableció la parte que a cada uno le correspondía en la gobernación del reino, pacto que se institucionalizó en el lema "TANTO MONTA", (y añadíamos: "MONTA TANTO, ISABEL COMO FERNANDO").

Atrás quedaba aquella niña, hija de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal, nacida en Madrigal de las Altas Torres, el 27 de abril de 1451. A los cuatro años, tras la muerte de su padre, quedó bajo la tutela materna hasta que la reina perdió la razón, enfermedad que heredaría su nieta Juana I de Castilla. Isabel creció alejada de la pompa de la corte de Enrique IV y contó con la inestimable educación en retórica, filosofía e historia que se encargó de impartirle Beatriz Galindo, La Latina. Por su educación y dedicación a la lectura y el estudio, sintió poca afición por las cosas frívolas y se forjó un carácter magnánimo y justiciero. Vivió la humillante presión de la nobleza, encabezada por el marqués de Villena, sobre el rey y sobre ella misma. Se le propuso que contrajese  matrimonio con Pedro Girón, maestre de la Orden de Calatrava, pero se opuso con energía. La muerte de este último, al parecer envenenado, frustró los deseos de su hermano. De estas experiencias nació su creciente oposición a la influencia de ciertos nobles en los asuntos de la corte.


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Los Reyes Católicos y la unidad de España

Los nobles contrarios a Isabel consiguieron que el rey de Portugal entrara en acción continuando la guerra de sucesión. Alfonso V de Portugal, no necesitó que le insistieran demasiado y aceptó la mano de Juana la Beltraneja, su sobrina, que contaba, tan solo, trece años de edad, tal era su interés por unir Castilla a Portugal. Alfonso penetró en Castilla con un gran ejército, pero Isabel supo organizar los combates y se convirtió en el alma de sus tropas. Tras una derrota ante los muros de Toro, Isabel, que no se dejo amilanar, reorganizo sus efectivos y Fernando conseguiría una derrota aplastante de los portugueses que se habían fortificado en Toro (1476).

Isabel fue confirmada como reina por las Cortes de Madrigal (1476) y otorgó perdón a todos aquellos que le rindieran homenaje. Con aquella medida, se empezaron a debilitar las lealtades de villas y ciudades a la Beltraneja. En 1479, Alfonso V intentó de nuevo el asalto a Castilla, pero fue definitivamente derrotado por Fernando, en Albuera, cerca de Mérida, el 24 de febrero de1479. La paz definitiva se firmó en Alcaçovas ese mismo año y Juana ingresó, a sus dieciseis años, en el convento de Santa Clara de Coimbra donde murió cincuenta años después. La historia no ha sido justa con esta criatura, cuya paternidad real fue puesta en duda y cuya madre, un tanto pendón, fue la hermana de Alfonso V de Portugal.

Firmada la paz con Portugal, Isabel y Fernando y su primer hijo, Juan, nacido en 1478, se trasladaron a Aragón y, de allí, a Cataluña y Valencia. En todos los reinos se les agasajó y rindió homenaje por las respectivas Cortes. Al fin, se lograba la unidad dinástica entre Castilla, León, Aragón, Cataluña y Valencia. Castilla, cuando Isabel subió al trono, estaba compuesta por los reinos de Asturias, Galicia, León, las provincias vascas y Valencia, Andalucía (excepto el reino árabe de Granada) y Murcia. Esta enorme extensión de tierras y habitantes hacían de Castilla el reino más poderoso de la Península, pero la nefasta gobernación anterior había degradado el papel de la corona y la autoridad real era incapaz de dominar a la levantisca y ambiciosa nobleza. Si a la importancia de Castilla se añadían los reinos patrimoniales de Fernando, heredados a la muerte, en 1479, de su padre Juan II, que abarcaban desde los Pirineos hasta Valencia, además de Baleares, Cerdeña y Sicilia, los dominios de los Reyes Católicos habían cobrado tal importancia que era menester meter en cintura a las fuerzas vivas de Castilla. Por tanto, se entregaron a la tarea de restaurar el orden y la autoridad real.

Isabel comenzó por sustituir en las tareas de gobierno a muchos de los nobles por otros servidores más capaces, aunque fueran de clase inferior. Se reformó la justicia y se impulsó la vigilancia de la Santa Hermandad (1476), para combatir a ladrones y a otros forajidos que tenían atemorizados a los campesinos. Solo en Galicia, se arrasaron más de trescientas guaridas-fortificadas y 15.000 delincuentes tuvieron que abandonar el reino. Se corrigieron, en parte, los abusos del clero y se desposeyó a la nobleza de la mitad de las rentas que habían usurpado desde 1464. Una parte de esas rentas fueron distribuidas entre las viudas y huérfanos de los soldados que habían muerto en la guerra de sucesión y con es medida se ganó la adoración del pueblo.

Los nobles intentaron un último acto de rebeldía, pero la enérgica reina no se dejó amedrentar y les dijo: "Podéis seguir en la corte o retiraros a vuestras posesiones, como gustéis; pero mientras Dios me conserve en el puesto a que he sido llamada, cuidaré de no imitar el ejemplo de Enrique IV, y no seré un juguete de mi nobleza". Comenzaba a perfirlarse el modelo de monarquía absoluta que, en pocas décadas, se consolidó en toda Europa, modelo que supuso el nacimiento de los primeros tecnócratas al servicio directo del monarca y no pocos enfrentamientos con la nobleza.

Las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava y Alcántara, habían alcanzado un extraordinario poder político y económico durante la reconquista, recibían una renta que superaba en su conjunto el millón de ducados y podían movilizar miles de soldados. Poseían castillos y conventos fortificados por toda la geografía del reino y elegían a sus Maestres internamente. Isabel consiguió que los reyes de Castilla ostentaran la dignidad de Grandes Maestres de las Ordenes y que los papas, que detentaban, hasta entonces, ese privilegio lo perdieran. Igualmente actuó contra los privilegios del episcopado, reservando al Papa, únicamente, la ratificación de los prelados previamente designados por el rey, y no su designación. Con ello pudo controlar los abusos del clero y, bajo la dirección del Cardenal Cisneros, acometió una profunda revitalización de la vida eclesiástica y la dignificación del episcopado.

El Consejo Real se transformó en un órgano ejecutivo de gobierno y asesor de los monarcas y a él se vinculó la dirección de la Mesta. Se creo el cargo de corregidor, como representante del trono en las ciudades. Se convirtió el ejército en permanente y profesional y se le dotó de nuevos medios de guerra, como fue la artillería. Se crearon los Hospitales de la Reina que, situados en la retaguardia, contenían material y personal de atención a los heridos en el campo de batalla.

Fernando siempre se mostró solidario con la política de su esposa y apoyó con su sagacidad política y consejos las drásticas reformas introducidas en el reino de Castilla. Ambos monarcas estaban de acuerdo en destruir el poder islámico, en España, y en unificarla bajo la religión católica. Esto suponía la guerra total contra el reino de Granada, una larga lucha de once años, iniciada en 1481, en la que vencieron gracias a su tesón y coordinada actuación.

La Conquista de Granada

En 1476, el rey granadino Abul Hasán Alí, al que los cristianos llamaban Muley Hacén (el pico del Mulhacén, en Sierra Nevada, tiene 3.400m de altura) recibió al recaudador de Fernando con las siguientes palabras:

"Dile a tu rey que los que pagaban tributo han muerto, y que en Granada no se fabrican ya, para los cristianos, más que hierros de lanzas y hojas de cimitarras".

En 1481, los musulmanes asaltaron la fortificación castellana de Zahara de los Atunes y ocuparon la zona. Ante esta última provocación, los Reyes Católicos declararon la guerra a los granadinos; una penosa y larga contienda, pues debido a la estratégica situación de la capital del reino, Granada estaba rodeada de fortificaciones, fue necesario, primero, ir conquistado otras plazas de menor importancia y también los distintos puertos, para evitar las ayudas procedentes del norte de Africa, de forma que, una vez establecido el bloqueo la ciudad sitiada, ésta se rindiera, perdida la esperanza de cualquier ayuda exterior.

La desunión de los granadinos, enfrentados en guerra civil entre los partidarios de Muley Hacén, Zegríes, y los de su hijo Boabdil, Abencerrajes, favoreció las conquistas cristianas. Boabdil se impuso a su padre que huyó a Málaga (1483), donde su autoridad era todavía reconocida. Al Zagal, hermano del anciano y depuesto rey, pactó con Boabdil el reparto del reino, se instaló en la Alhambra y Boabdil lo hizo en el Albaicín, hasta que, en 1487, éste consiguió el dominio total de Granada; pero las luchas intestinas continuaron.

Málaga fue tomada en 1487 y, tras un duro estado de sitio, Al Zagal entregó Guadix y Almería (1489) y emigró al Magreb, donde fue despojado de las riquezas que los reyes le habían permitido llevar en su exilio. Con esto, Granada y sus doscientos mil habitantes quedaban aislados y sitiados.

El 28 de noviembre de 1491, tras largas negociaciones de Gonzalo Fernandez de Córdoba, El Gran Capitán, con los granadinos, se llegó a un acuerdo de rendición de la ciudad. A Boabdil se le reconocía el gobierno independiente de un pequeño territorio en las Alpujarras, mientras que los habitantes de Granada quedaban en libertad de emigrar a Africa o de quedarse en España, siéndoles respetadas sus propiedades, idioma y religión. El 2 de enero de 1492, Isabel y Fernando, acompañados de un nutrido séquito entraba en La Alhambra, donde les esperaba Boabdil, para hacerles entrega de las llaves de la ciudad. La unión de los reinos interiores era, de nuevo, una realidad indiscutible, pero quedaba mucho por hacer.

La Historia de España

INTROIBO

Hércules trata de voltear a Diomedes
que lo impide agarrado a sus partes.
Eterna lucha entre el poder y el Hombre.

Mi imperdonable atrevimiento al publicar estas páginas sobre la Historia de España, sin ser escritor ni historiador, sino la "reencarnación" de dos guerreros en activo, responde a una imperiosa necesidad personal que me atormenta desde hace tiempo. Necesitaba conocer mejor y, también, dar a conocer a nuestros pacientes visitantes cual fue el pasado lejano de este hermoso país, para, así, tratar de explicarme y explicar mejor la razón o sin razón de los muchos despropósitos que, incomprensiblemente, acontecen en el presente, como si sus responsables o instigadores quisieran permanecieran cautivos de un pasado que les ciega frente a la realidad actual de nuestra nación. Individuos u organizaciones que continuan dificultando el más que seguro progreso de los pueblos que saben reforzar su unidad histórica, especialmente en el actual momento de progresiva globalización de todas las variables económicas, sociales y políticas. El siglo XXI traerá, como los anteriores, el triunfo solo de aquellos pueblos y organizaciones que sumen esfuerzos, voluntades y poder, pues es ley inamovible que en la suma, y no, en la esteril lucha por restar, reside, como siempre, la base del éxito de las naciones o de las uniones o federaciones de las mismas.

Conocer mejor nuestra historia es, también, un modo de potenciar un sentir nacionalista más amplio que el que defienden los reduccionistas que, sistemáticamente, pretenden desbaratar o negar el resultado de tanto esfuerzo y sacrificio histórico, tratando de devolvernos a un pasado con líneas fronterizas interiores, físicas e intelectuales, que la inmensa mayoría del pueblo español rechaza. Pues nadie en su sano juicio puede desear que le arrebaten, sin consultarle, un pedazo del territorio que siempre ha sentido tan suyo como el terruño que le vio nacer.

Esta breve, brevísima, versión de historia, realizada como preámbulo de la también breve historia de Carlos V, va dirigida a todos aquellos de nuestros visitantes que quieran iniciarse en el apasionante mundo de conocer, con algo más de detalle, las principales etapas y hechos de nuestro pasado hasta que comenzó el reinado de Felipe II  "Príncipe del Renacimiento", "El Rey Prudente", cuyo cuarto centenario se celebró, en 1998, con todo lujo de despliegue informativo y cultural. Despertar la curiosidad y el anhelo por seguir profundizando en el conocimiento de la Historia de España, es nuestro único objetivo.

Buscar las raíces de nuestro presente político, cultural y social en el remoto pasado, en la historia de este pueblo, hasta Felipe II, ha supuesto realizar un gratísimo ejercicio de síntesis de varios textos electrónicos y de algunos libros de autores conocidos. Este ha sido un placer del que ya había disfrutado durante la realización de la resumida Historia de Inglaterra, que se encuentra en otro lugar de esta WEB, y que resultó especialmente interesante durante el tiempo que tardamos en ilustrarla con las fotografías, mapas y gráficos recogidos a lo largo y ancho de la red de redes y en nuestro gran fondo de armario.

La historia de España es una gran desconocida para multitud de españoles y, por supuesto, lo era para mí y, en gran medida, lo sigue siendo. Por esta causa, muchos nos hemos visto obligados a soportar, silenciosos, las sesgadas versiones que, machaconamente, nos trasladan los políticos disidentes de los "reinos interiores", o los sempiternos detractores de una España que, con toda seguridad, conocen muy superficialmente en su conjunto. Según profundizamos o avanzamos en el conocimiento de nuestra historia, vamos tomando conciencia de una más de nuestras múltiples carencias, "solo sé que no se nada", y de como nos hemos conformado con las versiones, más o menos acertadas, que nos trasladaron: los libros de texto y una multitud de folletería turística o de subjetiva promoción regional.

Por otro lado, hay pocos españoles orgullosos de la historia de su nación o de sus más o conocidos protagonistas. La leyenda negra hizo estragos en su día y sigue haciendolos entre las generaciones del siglo XX. Esa leyenda negra nos ha infundido, curiosamente, una especie mala conciencia histórica ante las gestas de nuestros antepasados, tanto de las realizadas en Europa, como de las llevadas a cabo en América. Afortunadamente, se ha impulsado, con la celebración de distintas conmemoraciones de aniversarios de personajes y hechos históricos, un nuevo y acertado proceso, internacional e interno, de divulgación y rehabilitación de nuestra historia, como un hecho cultural de inimaginable alcance que, probablemente, conseguirá devolver a nuestra generación y, también, a las que nos sucedan el orgullo de ser españoles en una Europa unida, en cuya historia y progreso tanto hemos contribuido durante siglos. Hacer todo tipo de esfuerzos para despertar, de nuevo, amor y crítica por la contemplación de nuestro pasado histórico y cultural es algo que nos concierne a todos.


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Los Reyes Católicos, Carlos I/V y Felipe II, son los personajes históricos más conocidos porque responden a un perfil casi de leyenda y porque fueron los protagonistas del periodo de mayor esplendor de todas las monarquías hispanas. Con ellos se inició la Edad Moderna y el Renacimiento en España y en Europa, y con ellos se creó un imperio que fue veinte veces más extenso que el Imperio Romano, tras la anexión de Portugal a finales de siglo XVI. Pero su historia y la de los reyes y hechos que les precedieron apenas tienen espacio en nuestro recuerdo y, sin duda, fue el largo proceso de integración y de avance de los reinos cristianos el permitió que España haya sido la nación más poderosa del mundo del milenio que ha concluido y, sin duda, durante el siglo XVI.



Fue aquel periodo, de poco más de un siglo de agitación permanente, dentro y fuera de nuestras nuevas y jóvenes fronteras, el que configuró el presente de varias naciones europeas, americanas y asiáticas. Un periodo, durante el que nosotros estuvimos a salvo de nuevas invasiones extranjeras, de las que nuestras tierras ya habían disfrutado o padecido suficientes, desde que el primer homínido, más o menos erguido, procedente de Africa, puso el pie en la Península.

Se puede negar, taxativamente, que durante la gloriosa época imperial el pueblo español se viera especialmente favorecido. De todo aquel esfuerzo guerrero y conquistador que recayó en gran medida sobre los hombros del pueblo llano, esencialmente sobre el pechero castellano, apenas se obtuvo beneficio. No padecieron escasez, de igual manera, la nobleza, la Iglesia, y todo ese grande y nuevo estrato social compuesto de funcionarios y tecnócratas que invade la vida pública a partir del siglo XV. Muchos fueron los que se enriquecieron y repartieron cargos, prebendas y grande parte de las crecientes riquezas que recibió España procedentes de las Indias Occidentales y que  evitaron su bancarrota total, aunque, en gran mediada, se malgastaran innumerables recursos en las innumerables guerras con los Países Bajos y con otras naciones y credos hacia los que fluyeron millones de ducados en los bolsillos de nuestros tercios. Tampoco cayeron en muchas manos las tierras arrebatadas al musulmán durante un largo proceso de casi ocho siglos. Si el pueblo llano no alcanzó a disfrutar de los beneficios de las épocas de gloria, cual no sería su situación en las épocas de decadencia posterior. No es, por tanto, aventurado, ni demagógico, afirmar que la gran mayoría, del siempre sufrido pueblo español, comienza a disfrutar de cierto grado de bienestar bien entrada la segunda mitad del siglo XX, cuando ya solo somos el eco de aquel pasado glorioso, pero injusto.

Esa situación, de permanente necesidad, fue la que nunca permitió que nuestro pueblo pudiera ser tildado de chauvinista, pues nunca pudo sentir una gran admiración por su historia, una historia tan agitada, sorprendente y desproporcionada como la que más, pero que nunca le permitió vivir desahogadamente, como consiguieron vivir otros pueblos de la Europa de entonces, incluso bajo la bota hispana . De todo aquello hubo responsables que la historia ha juzgado, a veces sin excesivo rigor, pues unos cometieron graves errores que no han sido denunciados y otros tuvieron grandes aciertos que no han sido reconocidos.

Ahora, con la perspectiva que ofrece el conocimiento del pasado, sería fácil concluir que bastante menos fanatismo religioso y algo más de habilidad diplomática con los seguidores de Lutero, Calvino o Mahoma, hubiera sido la mejor receta para consolidar un imperio y extraer de él los beneficios que otras naciones supieron extraer de los suyos. Pero no fue, acaso, aquel exacerbado sentimiento religioso, aquella ideología radical, el cristianismo pre y post tridentino, lo que hizo posible tanta gesta heroica y suicida.


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PREHISTORIA

Cada día se afirma con mayor rotundidad que la cuna de la humanidad estuvo situada en Africa ecuatorial hace unos cinco millones de años. Allá por el Lago Tana, nacimiento del Nilo Azul, en los macizos montañosos etíopes, tuvo lugar, al parecer, el comienzo de la divergencia entre los primates y el ser humano. La teoría del paraíso único o de Adán y Eva parece que sigue avanzando, dando razón a las tradiciones reflejadas en la Biblia y en otras mitologías y libros sagrados.


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El hombre primitivo se fue dispersando, durante cientos de miles de años, en todas direcciones: Hacia el norte africano, por el valle del Nilo; hacia Asia, por el sur y el norte del Mar Rojo y por las costas de Arabia; hacia el Oeste africano, desde los lagos Alberto, Victoria, cuna del Nilo Blanco. (El Nilo Blanco se une al Nilo Azul en Jartúm.- Ver "Egipto, un don del Nilo")-, por los numerosos afluentes de los ríos del Zaire y por el río Congo; hacia el sur, por la costa oriental y por los lagos ecuatoriales, Tanganica y Niassa. Si contemplamos el mapa físico de Africa ecuatorial y meridional (el Cabo de Buena Esperanza está en el paralelo 35) podremos comprender que la orografía era propicia para el desarrollo de la vida en condiciones ideales. Además, en aquellas lejanas edades, llovía generosamente y la vegetación era mucho más exuberante que la actual. Así como, hacia el norte de Africa, los territorios eran más fértiles y los desiertos inexistentes.
Por otro lado, debemos recordar que la última glaciación mantuvo cubierta de hielo media Europa, posiblemente hasta el paralelo 50. Las glaciaciones del Pleistoceno comenzaron hace dos millones de años y coincidieron con los cambios climáticos que, producidos por la oscilación del eje de rotación de la Tierra, se habían iniciado hace dieciséis millones de años. Cambios climáticos que se repetirán, cíclicamente, durante la vida del planeta. Esto provocaba cambios en la vegetación y el flujo y reflujo, norte sur, de diferentes especies animales, entre las que estaba incluida la de nuestros antepasados más viajeros, más o menos erguidos y de mayor o menor tamaño.

Entre los restos arqueológicos, encontrados durante la construcción de Londres, había fósiles de elefantes, bisontes, leones, caballos, hipopótamos, mamuts y renos, animales que, normalmente, se asocian con Africa y el Polo Norte. La configuración geográfica que conocemos de Europa no tiene una antigüedad muy superior a los 10.000 años (finales del Paleolítico Superior), y así como Inglaterra se mantuvo, durante millones de años, unida al Continente, España lo estuvo al norte de Africa. Tanto el Canal de la Mancha, como el estrecho de Gibraltar, son accidentes geográficos relativamente recientes.

Todo ese milenario movimiento humano cristalizó en tres culturas principales localizadas en una de las zonas del planeta más relacionada con nuestra historia: La Semita, Africa y Asia Menor, que protagoniza los movimientos culturales hasta el año 2.000 a. C. La Indoeuropea Occidental, cuya influencia comienza a partir del año 3.000 a.C., originando los pueblos Griegos, Itálicos, Celtas, Venetos e Ilirios, Baltos, Eslavos y Germanos. Y la Indoeuropea Oriental, la de los indoeuropeos que abandonan el sudeste de Europa y se dirigen hacia el este a través del Cáucaso, entre ellos destacan los Hititas, Iranios, Frigios, Mitannios, Escitas, Medos, Persas, Tracios Dacios, Armenios, Lidios e Indos.

LOS IBEROS

Los recientes hallazgos arqueológicos de Atapuerca han confirmado que seres de aspecto humano, Homo Hábilis, inteligentes, sociables y que utilizaban utensilios, se instalaron en la península 800.000 años a.C. (Paleolítico inferior).

Los iberos fueron resultado de la evolución de aquellas primitivas culturas prehistóricas de procedencia libio - africana. Y por Iberos fueron reconocidos por los historiadores de la Grecia clásica los antiguos pobladores de la Península, mezcla de individuos de distintas procedencias y culturas.

Los Celtas

Este pueblo de origen indoeuropeo, procedente de Centroeuropa, estaba constituido por tribus pastoriles y guerreras de cultura avanzada que, en su expansión hacia el oeste, penetran en la península por ambos extremos de los Pirineos a principios del primer milenio a.C. Ocupan Cataluña y el valle del Ebro y, por el norte, se asientan en Cantabria, Asturias y Galicia, para descender después por la costa atlántica portuguesa. En la meseta, en Levante y en Andalucía se mezclan con los Iberos, dando lugar al pueblo Celtíbero; pero en Galicia y Portugal mantienen sus asentamientos independientes de los del pueblo ibero.

Las primeras noticias escritas sobre los pueblos que habitaban la península proceden de los griegos del siglo VI a.C. que nos citan a los iberos, celtas y tartesios. Estos últimos tuvieron como capital a Tartesos, un lugar no identificado con claridad entre la desembocadura del río Guadalquivir y Huelva.

Los fenicios

Los fenicios aparecen en nuestras costas comerciando con los nativos a partir del 1.200 a.C. y fundan Gadir, cerca de Cádiz, en el año 1.100 a.C. Los fenicios fueron denominados por los griegos (Homero) phoinikes . Phoinix significa rojo púrpura. Una de las habilidades fenicias eran los tintes de los tejidos en ese característico color. También se les llamó sidonios, procedentes de Sidón, ciudad situada entre Tiro y Beirut en la costa de la franja sirio-palestina, la zona del Líbano actual, al norte de Israel.

Los testimonios arqueológicos más antiguos que ofrece la zona fenicia proceden de la ciudad de Biblos, al norte de Beirut. Aquí se encontraron restos de un importante emplazamiento neolítico del siglo V a.C. definido como el más importante de aquella época en el área mediterránea. Los primeros habitantes, además de dedicarse a la agricultura, el pastoreo y la pesca, inician una abundante producción de tejidos e hilados que serán característicos de Fenicia en toda su historia. Una historia que no empieza a escribirse, como tal, hasta el siglo XII a.C. Es conocida, indirectamente, gracias a los historiadores griegos Herodoto, Diodoro Sículo, Arriano y en época posterior gracias al, también, griego Flavio Josefo (siglo I d.C.) que hace referencia a "Los Anales de Tiro" como principal legado de la historiografía fenicia escrito en esa lengua, obra que se perdió en la noche de los tiempos.

En la Península Ibérica, Gadir, llegó a ser un importante centro de comercio y de la ruta del estaño procedente de las minas del área nor-occidental del país. Sabemos que, en busca de estaño y de otros metales, las naves fenicias rebasaron las columnas de Hércules y que, navegando por la costa atlántica, llegaron hasta Britannia y Cornualles Los fenicios se llevaban la plata a cambio de otras mercancías que los nativos apreciaban. Diodoro Sículo relataba "...el país posee las más numerosas y las más hermosas minas de plata... los indígenas ignoran su uso. Pero los fenicios, que son tan expertos en el comercio, compraban esa plata con el trueque por otras mercancías. Por consiguiente llevando la plata a Grecia, a Asia y a todos los restantes pueblos, los fenicios obtenían grandes ganancias. Así, ejerciendo dicho comercio durante tanto tiempo, se enriquecieron y fundaron numerosas colonias: algunas en Sicilia y las islas cercanas, otras en Libia, en Cerdeña y en Iberia " (...y nosotros siempre tan desprendidos). Pero no solo obtenían plata de Iberia sino, además, cobre, estaño y oro. Este preciado metal era, también, obtenido en el interior de Africa, desde donde era transportado hasta las colonias costeras y sobre todo a Cartago.

Los griegos

Aprovechando la decadencia fenicia y la expansión griega por el Mediterráneo. Los griegos comenzaron a comerciar con Tartesos en el siglo VII a.C. y fundaron colonias en las costas de Iberia: Ampurias, Rosas, Mainaké y otras. Los enfrentamientos entre griegos y fenicios, por el dominio del Mediterráneo, se mantuvieron hasta la expansión romano cartaginesa.

Los cartagineses

Cartago ocupó una zona de la actual Túnez. Fue fundada por Elisa, hermana del rey fenicio Pigmalión (814 a.C.) que tuvo que huir de Fenicia al ser asesinado su tío y protector Acherbas, sacerdote de la diosa Astarté (Juno), por orden de Pigmalión. Tras pasar por Chipre, donde se unen a los fugitivos el sumo sacerdote de Astarté y ochenta muchachas destinadas a la prostitución sagrada, llegan al lugar que más tarde será Cartago, que significa ciudad nueva "cart-hadsht". Para asegurar a los suyos un espacio adecuado, Elisa, cuenta la leyenda, recurrió a la astucia con los nativos: les compró un espacio equivalente al que se pudiera cubrir con una piel de buey. Cortó la piel en finísimas tiras y, uniéndolas por sus extremos, rodeó la colina sobre la que se edificó la ciudad de Byrsa (piel de buey). Poco tiempo después los pueblos de los alrededores rindieron homenaje a Cartago.

La ciudad se desarrolló floreciente y pronto comenzó a extender sus dominios. En el año 654 a.C. los cartagineses fundan una colonia en Ibiza. Hacia el año 600 tratan de impedir que los griegos se establezcan en Marsella, pero pierden la batalla naval entablada con ese fin. En el 550 toman parte de Sicilia a los griegos e intentan, sin éxito (535 a.C.), a pesar de las colonias fenicias en la isla, hacerse con Cerdeña. Sin embargo, mediante una alianza con los etruscos, que dominaban la mitad norte de Italia, así como los griegos la sur y Sicilia (Magna Grecia), conquistaron la costa occidental de Córcega.

Magón, rey de Cartago, fundó una dinastía y tuvo como descendientes a Amílcar y Asdrúbal. Estos nombres, así como el de Aníbal, se repetirán con frecuencia en la historia de Cartago. En el año 500 a.C. los cartagineses arrasan Tartesos, poco después de ocupar Baleares. Amílcar Barca sometió algunos territorios ibéricos y Asdrúbal fundó Cartago Nova (Cartagena). Aníbal, hijo de Amílcar, llegó hasta el Ebro. A finales del siglo III a.C. la mitad sur de la península estaba bajo dominio cartaginés. Aníbal conquistó Sagunto, ciudad protegida por Roma, y así se desencadenó la Segunda Guerra Púnica en el año 218 a.C. Aníbal y su ejército avanzaron hacia Italia por tierra, superando los Pirineos, la Galia y los Alpes. Aníbal trató de ganarse los territorios italianos para que formaran una confederación con Cartago, pero Roma se revitalizó y conquistó Siracusa, Capua, y en el 209 a.C., Cartagena.

Finalmente, los romanos pasaron a Africa y el general romano Publio Cornelio Escipión, en alianza con el rey de los númidas, Masinisa, derrotó a Aníbal en Zama (204 a.C.). Las condiciones de la rendición fueron muy gravosas: los cartagineses tuvieron que renunciar a sus posesiones en Iberia y a los territorios ocupados en Africa; tuvieron que destruir su flota, pagar fuertes indemnizaciones a Roma y les fue prohibido hacer la guerra sin consentimiento romano. A pesar de los esfuerzos de Aníbal por levantar a su pueblo no lo consiguió e incluso fue desterrado. Por último, se quitó la vida para evitar ser entregado a los romanos.

Mientras, Masinia, había provocado de tal forma a sus antiguos aliados que provocó la Tercera Guerra Púnica con los romanos (149-146 a.C.), que terminó con la total destrucción de Cartago

Los romanos

Con la conquista de Cartagena se inicia la dominación romana de la Península Ibérica. En el año 197 a.C. es dividida en dos provincias Celtiberia y Lusitania, aunque esto no significaba el total control de los territorios; pues los nativos no soportaban ni los impuestos de los pretores, ni los incumplimientos de los pactos alcanzados. Como ejemplo de esto último, Galva, en Lusitania, reunió a gran número de lusitanos con la promesa de repartirles tierras de cultivo y, una vez reunidos, pasó a cuchillo a unos y vendió como esclavos al resto. Esto provocó la rebelión de Viriato (150 a.C.) que, tras algunas victorias, también terminó siendo traicionado y asesinado en el año 139 a.C.

A todo esto, una nueva guerra se había entablado. Su gesta más conocida fue la resistencia a los romanos de la ciudad de Numancia. Tras un largo asedio se rindió a Escipión Emiliano, pero gran parte de los numantinos se dieron muerte (133 a.C.).

A partir de entonces, las peleas por el poder se entablan entre diferentes facciones romanas. El pretor Sertorio alcanza el predominio sobre las provincias y organiza Hispania como una nueva Roma. Esto provocó un grave enfrentamiento con Roma y Sila envió al general Cneo Pompeyo. Con el asesinato de Sertorio se restableció la paz en el año 72. Pero, de nuevo, se produce un enfrentamiento entre Cesar y Pompeyo que terminó con la paz hasta que los pompeyanos fueron derrotados en Munda, en el año 45.

En el año 29, la rebelión de cántabros y astures obliga a Augusto a combatirlos personalmente, la rebelión es sofocada por Agripa en el año 19 y se alcanza un nuevo periodo de paz.

Augusto reorganizó el país y lo dividió en dos provincias imperiales: Lusitania, con capital en Mérida, y Tarraconensis, con capital en Tarragona; y una senatorial, la Bética, con capital en Córdoba. Aunque los valles del Guadalquivir y del Ebro quedaron fuertemente romanizados, no ocurrió lo mismo con el norte y noroeste (Gallaecia) que conservaron en gran medida sus costumbres. Un ejemplo fue la conservación del vascuence en el País Vasco y del celta en Galicia. Aunque no hay una sola provincia en la que no se conserven señas y monumentos de la civilización romana.

Los romanos aplicaron en Hispania el mismo patrón colonizador que en el resto del imperio: Calzadas, acueductos, fortificaciones, puentes, presas (Proserpina en Mérida), faros (Torre de Hércules en la Coruña) y una nueva concepción de las viviendas privadas. Favorecieron el comercio y fomentaron la agricultura con la introducción de nuevas especies vegetales y nuevas técnicas de cultivo.


Suevos, Vándalos y Alanos

En el año 409, bajo los emperadores Arcadio y Honorio, hijos del emperador, de origen español, Teodosio y en plena decadencia del Imperio Romano de Occidente, Hispania fue invadida por tribus bárbaras que cruzaron los Pirineos por varios puntos. Los bárbaros, tras sembrar el terror por donde pasaban y dejar los campos arrasados y llenos de cadáveres insepultos, se repartieron el país. Los suevos ocuparon Galicia; los alanos, Lusitania y la Cartaginense (1); y los vándalos se instalaron en la Bética, que recibió el nombre de Vandalusía. Poco años después, llegaron nuevos invasores, como aliados y en auxilio de los romanos, los visigodos. Bajo su presión los vándalos abandonaron la Bética y, conducidos por Genserico, se adentraron en Africa.

(1) En el 409, la provincia Cartaginense abarcaba: gran parte de Murcia, parte de Andalucía Oriental, parte Castilla la Mancha, Madrid y parte de Castilla-León. Los visigodos entre el año 409 y 420 ocupan un territorio (la nueva Provincia Tarraconensis) equivalente a Cataluña, gran parte de Aragón, algo de Navarra y la mitad norte de la actual comunidad Valenciana.

Los Visigodos

Los visigodos, pueblos de origen Germano, bajo el mando de su caudillo Alarico, destruyeron Roma el 24 de Agosto del 410. Tras un saqueo que duró tres días, cargados de botín y esclavas, se retiraron a la Italia meridional. Poco después muere Alarico y le sucede Ataulfo que también había participado en el asedio de Roma.

Ataulfo acarició la idea de fundar un imperio sobre las cenizas del romano, pero pensando que su pueblo no estaba preparado para asumir las instituciones romanas, creyó más conveniente colaborar en el resurgir del Imperio Romano. Honorio pese al odio que sentía por los visigodos no tuvo más remedio que aceptar la ayuda que se le ofrecía.

Ataulfo consiguió restablecer la autoridad de Honorio en las Galias y se casó, en Narbona, con Gala Placidia, hija del emperador Teodosio y hermana de Honorio, que había sido tomada como prisionera durante el saqueo de Roma. El hecho de que un godo se desposara con una dama de semejante alcurnia, sin consentimiento del emperador, tuvo una gran influencia sobre el destino del imperio y sería una de las causas de la invasión visigoda de España.

Constancio, consejero y ministro de Honorio, que también deseaba a Gala Placidia y envidiaba el poder que iba alcanzando Ataulfo, pidió a Honorio que exigiera la devolución de Gala Placidia. Así lo hizo éste, pero Ataulfo se negó. Constancio aprovechó la situación para, tras aliarse con las tribus bárbaras del Rin, acosar a Ataulfo que, presionado por fuerzas mayores, incendió Burdeos, cruzó los Pirineos y conquistó Barcelona (año 414). Allí nació su hijo que recibió el nombre de su abuelo, el emperador Teodosio, y bajo cuyo mando hubieran podido unirse romanos y visigodos en un nuevo imperio, pero Teodosio murió pocos meses más tarde. Su cuerpo recibió sepultura en un sarcófago de plata en la catedral de Barcelona.

La intención de Ataulfo fue la de arrojar a los bárbaros y construir un reino gótico en España, pero no tuvo tiempo, pues fue asesinado por Dubio (año 415), alentado por Sigerico, miembro de su séquito, que deseaba reemplazarle en el mando e iniciar una guerra más agresiva contra los romanos. Sigerico fue proclamado rey y ordenó matar a los seis hijos del primer matrimonio de Ataulfo. Gala Placidia fue tratada con crueldad y obligada a caminar veinticuatro kilómetros, junto a otras esclavas, delante del caballo que montaba Sigerico. Sigerico fue asesinado meses después por instigación de Walia, hermano de Atulfo, que le sucedió en el trono.

Walia pactó con Constancio la paz y obtuvo un soberbio rescate por Gala Placidia. Y mientras los romanos se encargaban de avituallar al pueblo visigodo, estos se encargaron luchar contra suevos, vándalos y alanos. El emperador Honorio continuó haciéndose la ilusión de que la sometida Hispania seguía perteneciéndole y recompensó a Walia con la Aquitania, desde el Loira hasta Burdeos, con lo que se dio nacimiento al reino visigodo de la Galia. Walia y sus sucesores fueron, desde entonces, los reyes de un pueblo y de un reino.

Ataulfo, aunque solo dominó parte de la Tarraconense, puede ser considerado el primer rey visigodo de España.

La dominación visigoda

Hacia el año 467 los visigodos dominaban gran parte de la Península y, bajo el reinado de Eurico (467-484), sus territorios se extendían más allá de los Pirineos y la capital era Toulouse. En el año 507, Alarico II, sucesor de Eurico y seguidor de la herejía arriana se enfrento con Clodoveo, rey de los francos, y fue derrotado. Esta derrota supuso la pérdida de los territorios de la Galia excepto la provincia de Septimania (ancha franja de la costa francesa sobre Cataluña, en parte coincidente con el Rosellón). El reino visigodo quedó confinado en la Península que era compartida con los suevos del noroeste y con los bizantinos, que ocuparon el sur.

Atanagildo (554-567) fijó la capital en Toledo. A Atanagildo le sucedió Liuvia I y a este Leovigildo(568-586) que reformó las leyes para facilitar la convivencia de hispanorromanos y visigodos, reforzó la autoridad real y destruyó el reino suevo; pero no consiguió la unidad religiosa bajo el arrianismo. Su hijo Recaredo (568-601) y el pueblo godo abrazaron el cristianismo y así se logró la unidad religiosa. (Cuando en el año 313 se publicó el Edicto de Milan, por el que el Imperio Romano hacía del cristianismo la religión oficial, ya había en Hispania 19 obispados). La unión territorial la consiguió Suintila (621-631) al expulsar del país a los bizantinos. Con Recesvinto (653-672) se publica su Código, Liber Iudiciorum, que fue aplicable por igual a godos e hispanorromanos, consiguiéndose la unidad judicial para todos.

Apenas lograda la unidad, frágil y contradictoria, surge una nueva amenaza. Bajo el reinado de Wamba (672-680) asoman por primera vez las naves musulmanas en las costas meridionales y, en el año 711, los musulmanes, bajo el mando de Tarij-ben-Ziyad, uno de los generales de Musá Ibn Nusair, el famoso moro Muza, cruzan el estrecho de Gibraltar para intervenir en la lucha dinástica de los visigodos, provocada por la aspiración al trono de los hijos de Witiza frente a Don Rodrigo, vencen con facilidad al rey Rodrigo y se extienden, sin apenas resistencia, por gran parte de la Península.


Ante la facilidad de la invasión, olvidaron a los hijos de Witiza (702-710), y organizaron el gobierno como un emirato dependiente de la dinastía Omeya de Damasco. Los sucesores de los primeros invasores extendieron la conquista hasta Francia, pero allí fueron derrotados por Carlos Martell en la batalla de Poitiers (año 732).

Don Rodrigo y la invasión musulmana

A pesar de la insistencia de la viuda del rey Witiza para que coronaran al mayor de sus hijos, los nobles decidieron elegir rey a Don Rodrigo, hasta entonces gobernador de la Bética y un gran guerrero. Pero los deudos de Witiza decidieron nombrar otro rey en la persona de Aguila II, cuyo parentesco con aquel no estaba muy claro. La guerra civil estalló y Rodrigo no pudo dominar las provincias de Cataluña y Septimania, donde reinaba Aguila II.

Un bereber, Olbán, el famoso "Conde don Julián" del romancero, católico y amigo de los visigodos hasta que, cuenta la leyenda, su hija, la hermosa Florinda, fue ultrajada por el rey Witiza. Entonces, como venganza, entregó la ciudad de Ceuta a Muza, se convirtió en su aliado y le animó a conquistar España. Les proporcionó barcos y de esta forma un cuerpo expedicionario penetró en la península y saqueó, sin encontrar casi resistencia, varios pueblos cercanos al lugar del desembarco, regresando a Ceuta con el botín. El conde don Julián se convirtió al Islam y, tras la conquista árabe, recibió tierras en España como recompensa por sus servicios a la causa de la media luna.

En la primavera del 711, Rodrigo, sin hacer caso de lo que consideraba una razzia más de los musulmanes, se dirigió al norte para someter a los vascones, con la intención de dirigirse después contra Aguila II, en Cataluña, una vez estuvieran sometidos. Mientras, los descendientes y partidarios del difunto Witiza seguían intrigando para que Muza les ayudara a retomar el poder. Muza accedió, y el 28 de abril del 711, 7.000 hombres se embarcaban, en naves también proporcionadas por el conde don Julián, y tras cruzar el Estrecho se fortificaban en Gibraltar, antes de emprender la marcha hacia el norte.

Enterado Rodrigo, se trasladó a Córdoba y se aprestó a la batalla reuniendo a los nobles, incluidos los descendientes de Witiza que estaban dispuestos a traicionarle desde sus mismas filas de combate. A todo esto, Tariq había recibido 5.000 hombres como refuerzo enviado por Muza. Como estaba previsto, los hijos de Witiza convencieron a parte de las tropas para que abandonaran la batalla con la excusa de que los africanos solo venían para devolver el poder a sus legítimos herederos. La batalla final tuvo lugar en Medina Sidonia, en el lago de la Janda. Los witicianos abandonaron el combate y Rodrigo, que estuvo en persona al mando del cuerpo central del ejército, murió o todavía vaga por aquellas tierras, pues nunca más se supo de él. Parte de las fuerzas de Tariq se dirigieron a tomar Córdoba y él, con las tropas restantes, marchó sobre Toledo.

Al año siguiente, Muza desembarcó en España con un ejército de 18.000 hombres y tomó Sevilla y varias ciudades. El 30 de Junio del 713 cayó Mérida, tras una fuerte resistencia. En el 714 Tariq y Muza sitiaron Zaragoza y mientras duró el asedio Tariq avanzó hacia Cataluña. Otras expediciones penetraron en Galicia. Cuando Muza y Tariq fueron llamados a Damasco por el Gran Califa al-Walid, la conquista había casi concluido con la excepción de los focos siempre bárbaros del norte, impermeables a cualquier invasión (adoramos las cocoxas).

La facilidad y rapidez de la conquista se debieron: por un lado, a la colaboración en ella de los traidores Witiza, y por otro, a la pasividad del pueblo llano, harto como estaba de los abusos de los señorones feudales y de la Iglesia. Abolir la esclavitud hubiera sido algo imposible en el siglo VII, pero intentar imponer más justicia y medidas más liberales hubiera sido más evangélico. La Iglesia abrazada como siempre a sus privilegios no quiso provocar el enojo los príncipes. Una vez más es necesario concluir, que del burdo o sutil equilibrio entre la Iglesia y los poderosos han surgido las civilizaciones de cualquier signo, y que cuanto más fuerte ha sido esa unión más grandes han sido los imperios, más desgraciado el pueblo y más estrepitosa la caída del dichoso Imperio.

Y colorín colorado, y aquí termina esta historia de la INVASION MUSULMANA.

Epílogo:

De Muza y Tariq nunca más se supo, se piensa que fueron postergados y que murieron oscuramente.

El hijo de Muza se hizo cargo del emirato y se casó con la viuda de Rodrigo, Egilona, que recibió el sobrenombre de "la señora de los collares" (tan famoso siglos después) que en árabe significa "Unm al-Isam".

Los hijos de Witiza fueron recompensados por su traición al rey Rodrigo (el breve), pero se quedaron sin reino. Y de los árabes hablaremos en la Reconquista.

" Una vez más se perdió un reino por culpa de las cansinas luchas entre los reinos interiores."